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“La plástica vino a salvarme”
Entrevista a Juan Sebastián Domínguez (1)

Desde hace algunos años, uno de los diseñadores más queridos y apreciados de la escena local limeña es Juan Sebastián Domínguez. Nacido en Cádiz, España, su quehacer versátil como diseñador de escenografía, luces y vestuario ha traspasado convincentemente las fronteras, revelándonos una plástica particular que sostiene propuestas de diversa índole: desde puestas en escena minimalistas hasta parques temáticos de gran factura. Una desenvoltura que posiblemente se origina en su temprana atracción por todo lo que implica la práctica de hacer teatro. Lo cierto es que haberse inscrito de lleno a ese trabajo constante le hizo encontrar en el diseño y la plástica teatral su lugar ideal como creador. Conversamos por teléfono sobre sus años de formación, sus procesos creativos, sus diseños, la pandemia y mucho más que se puso de manifiesto, como la irrenunciable pasión por el teatro.

¿Tu quehacer teatral es anterior o posterior a la elección de una carrera como Filología Hispánica?

Pues es bastante anterior. De pequeño sí que era espectador, mi padre me llevaba mucho al teatro de títeres y cosas así. Y realmente fue en la época de la secundaria, gracias a un profesor de educación física, uno de estos profesores que te cambia la vida. Su clase no era la típica clase para hacer deporte o hacer ejercicios, sino que nos enseñaba baile, coreografía, acrobacia y una vez pues nos enseñó teatro, dio todo un semestre de teatro y ahí fue cuando me enganchó, directamente, ahí fue cuando vi que me gustaba. Con 15 o 16 años ya estaba en grupos de teatro aficionado y creé mi propio grupo donde escribía, diseñaba, dirigía, actuaba, hacía de todo, y a partir de ahí fui entrando en grupos más profesionales. Cuando terminé de estudiar el bachillerato tenía que ir a la universidad, pero la ciudad de donde soy —yo soy de Cádiz, del sur de Andalucía— pues no tiene ningún estudio escénico, no hay escuelas de arte dramático. Entonces, la única opción para estudiar una carrera universitaria, que me podía permitir económicamente por mis padres, era Filología.

Hice Filología Hispánica, a parte porque me gustaba, porque así podía estudiar todas las asignaturas que hablaban de teatro. Tú podías especializarte más en lingüística o en semántica, entonces lo que yo hice fue especializarme en Teatro del Siglo XX. Fue una forma de tener una carrera universitaria que al mismo tiempo estuviera relacionada con lo que realmente me gustaba, que era el teatro.

Y otra de las cosas que también me influyó mucho fue el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, el FIT, que nos permitía en una ciudad tan pequeña como la mía que una vez al año viniesen compañías de toda Latinoamérica, con esos lenguajes tan diferentes, con esa forma de entender el teatro, con esas propuestas estéticas, escénicas, que claro para mí eso era… ¡de repente te explota el cerebro! El FIT también fue una forma de ver, de conocer, de aprender. Entonces, ya con 17 y 18 años, mientras estaba estudiando Filología, aprovechaba para verlo todo, todo lo que llegaba a Cádiz me lo veía, si podía echaba una mano en utilería, si hacía falta figuración me ofrecía para hacer figuración, trataba de estar lo más conectado posible porque, ya te digo, que no había dónde estudiar nada relacionado con el teatro en mi ciudad a no ser que fuese eso.

¿Y cómo fue que tu vocación se dirigió hacia la plástica hasta estudiar Escenografía en Madrid?

Creo que fue como una especie de selección natural. Al principio lo hacía todo por pura necesidad y por pura ansiedad de querer hacerlo todo, con la irresponsabilidad de cuando eres tan joven. También es cierto que en estos grupos amateur o semiprofesionales tenías que hacer de todo, construías la escenografía, hacías vestuario, llegabas a la ciudad y montabas luces por la mañana, para después actuar por la tarde, o sea hacías un poco de todo. Antes de irme a Madrid estuve en Sevilla y en Málaga trabajando ya como diseñador, y poco a poco me fui dando cuenta que realmente la parte que a mí me gustaba era esa. Cuando di el salto a Madrid fue cuando dije “a ver, o interpretación o dirección o escenografía que es lo que más me gusta”, y dije “escenografía”. Me presenté a las pruebas de la RESAD, entré y hasta hoy.

Coméntanos un poco sobre tu proceso de formación en Madrid, ¿cómo se encontraba el teatro en ese momento a nivel de escuelas?

En ese momento en Madrid, como aparecieron las cadenas privadas de televisión en España y se empezó a hacer mucha ficción juvenil, series que hablaban de institutos y de la vida secundaria, pues hubo un boom sobre todo a nivel de escuelas de interpretación.

En lo que tiene que ver más con la plástica, en cambio, solo estaba la RESAD, que era la escuela oficial del Ministerio de Educación. A parte también estaba el Centro de Tecnología del Espectáculo que realmente forma a técnicos del espectáculo, es decir a sastres, carpinteros escénicos, pintores, electricistas, etc. Entonces, tenías esas dos opciones, la parte más técnica o la parte más teórica y de creación que era la RESAD. Yo venía principalmente de la práctica, de trabajar en todo, o sea desde colgar focos para hacer iluminación a construir escenografía, por eso tuve a la RESAD como primera opción para realmente aprender el oficio, y aprovechaba  mucho los talleres y cursos que ofrecía el Centro de Tecnología para seguir formándome como técnico. Al final, fui como metiendo mucha información en la mochila.

Tuve la suerte que en la escuela había profesores en actividad, que tenían una plástica bastante interesante. Y uno de los maestros más emblemáticos fue sin duda Paco Nieva, escenógrafo, autor de teatro y mucho más, que conocí precisamente en Filología a través de la literatura. Me captó la atención que en todas las ediciones de sus obras de teatro incluía figurines, bocetos de escenografía; revisaba su obra dramática y decía “qué interesante es este señor, lo que hace, encima escribe y diseña sus propios espectáculos, a veces los dirige también”, que era un poco lo que yo tenía en la cabeza en aquel momento de “quiero hacerlo todo”. Entonces, cuando llegué a Madrid, Paco ya no daba clases en la escuela porque ya estaba muy mayor, pero sí que pude conocerlo con el tiempo, siempre fue un referente de creativo de las artes escénicas que cumplía un poco todo: pintaba, dibujaba, diseñaba, dirigía, escribía…

Mesa de trabajo o “cocina creativa” del diseñador de escenografía, luces y vestuario Juan Sebastián Domínguez. Fotografías de su archivo personal.

Dentro de la plástica teatral te desempeñas en varios rubros: diseño de escenografía, diseño de luces y de vestuario, ¿cuál fue el rubro específico en el que se realizaron tus primeros trabajos a nivel profesional?

Pues mi proyecto final de carrera era una ópera barroca donde hacía escenografía y vestuario. Antes de terminar el semestre me puse en contacto con Curro Carreres, un director de escena de ópera. Le presenté el proyecto y le gustó tanto que al año siguiente lo estrenamos en el Teatro Arriaga de Bilbao. Entonces ese fue como mi primer salto al mundo profesional, o sea antes de terminar la carrera, con esa ópera donde hacía las dos cosas. A partir de ahí no tengo una línea clara de solo escenografía o solo vestuario o solo iluminación, me siento cómodo en cualquier disciplina, supongo por todo lo que se lleva en la mochila de conocimiento, de tantos años trabajando y demás. A veces me llaman solo para una cosa, a veces empiezo una y al final termino haciéndolo todo. En ese sentido no tengo una predilección. Hay compañeros, por ejemplo, que odian el vestuario y solo hacen escenografía, o al contrario. En mi caso me gusta todo y lo abarco todo si puedo.

Si bien te gusta todo con respecto a la plástica teatral, de alguna de estas tres disciplinas que bien manejas tú, ¿hay alguna que sea tu preferida?

Es que depende tanto, es una pregunta difícil. Si es para danza, por ejemplo, evidentemente luces y vestuario porque en danza la escenografía casi no existe o es muy anecdótica; si es ópera, escenografía; si es teatro de texto… Depende mucho, la verdad, es complicado decidirse, si puedo no elegir me quedo con todo (risas).

También es cierto que los directores ya te conocen, saben qué línea manejas más, y muchas veces te llaman siempre para vestuario porque les gusta tu estética, tu forma de verlo, la forma que tienes de trabajar o lo que sea, o te llaman directamente solo para escenografía. Muchas veces ya no depende de lo que a ti te gusta, sino de lo que los directores demanden de ti; si bien es cierto que al final es bueno tener distintas cartas en la mano para que el director pueda elegir, mientras menos cartas tengas pues más limitas tu capacidad de trabajo.

En tu trabajo, como precisamente las materialidades de la plástica son diferentes, los procesos de creación también lo son. Pero en tu caso, más allá de estas diferencias, ¿encuentras alguna línea que defina tu forma de trabajar al momento de crear, quizás una metodología?

Pues sí, para mí el texto es fundamental. Leerlo, analizarlo, releerlo cuarenta mil veces si hace falta, porque creo que en el texto es donde está la esencia de prácticamente todo, de lo que la obra quiere contar, de las intenciones. Para mí es fundamental trabajar a partir de la palabra, para cualquier disciplina, vestuario o lo que sea.

Cuando hago vestuario también es fundamental ver a los actores, ver el físico del actor, y escuchar al actor diciendo ese texto, cómo lo dice y demás. Creo que antes de diseñar es imprescindible conocer la fisonomía de quienes van a interpretar a esos personajes, porque muchas veces, mientras estás leyendo el texto o lo estás analizando, te creas una imagen de ese personaje y cuando ves al actor por primera vez a lo mejor físicamente no tiene nada que ver, y te cambia toda la propuesta.

Para mí esos dos puntos de arranque son importantes, la palabra y el actor.

¿Entonces crees que tu formación académica en letras, por tus estudios en Filología, ha sido importante para desarrollar tu lado creativo?

Por la Filología me baso mucho en el texto, esa parte sí que me ha venido muy bien, para hacer análisis de texto y también porque te da cierto bagaje cultural de quiénes son los autores y las épocas en las que han vivido.

Entonces, yo creo que sí, que ha aportado, que ha sido una herramienta más que me ayuda a completar todo este proceso, pero igual que la pintura, igual que el dibujo o aplicar nuevas tecnologías, creo que al final todo suma. Un escenógrafo o alguien que se quiera dedicar a la plástica escénica, o a interpretación, tiene que ser alguien que esté constantemente aprendiendo, investigando y no quedándose en lo puramente académico de la escuela.

Es decir, haces tus cuatro o cinco años de carrera, tienes tu titulación y ya has terminado, eso es mentira. Nunca terminas de aprender, jamás. Y cuanto más curiosidad tengas, cuanto más cosas quieras conocer, y cuanto más tengas ese espíritu inquieto de saber, mejor va a ser para ti, más herramientas vas a tener para trabajar, para diseñar, para defenderte en nuestra profesión y más. Creo que es fundamental eso, el no perder el espíritu de aprender y conocer.

A mí me tocó, por ejemplo, aprender sobre la videoescena y el mundo digital por otro lado, fuera de la escuela, pues en mi época no lo tocabas tanto porque no estaba tan presente en los escenarios. Ahora es muy necesario digitalizar los trabajos, diseñar en tres dimensiones, poder hacer un render rápido y enviárselo a una persona que está al otro lado del mundo porque lo necesita para esa misma tarde. Es así, cuantas más herramientas conozcas mejor va a ser tu oficio.

Planos y escenografía de Billy Elliot El musical, montaje de Los Productores, 2018. Fotografías de archivo personal.

Y después de tantos años de carrera, ¿consideras que tu plástica ya ha adquirido un estilo, entendiendo el estilo como esa huella que hace identificable la obra de un artista?

Pues no lo sé… no sé si todavía lo he conseguido. De hecho, creo que el estilo de cada uno evoluciona con el tiempo y con la edad, no es lo mismo ahora que ya cumplí 46 que cuando tenía 26. Sí que es verdad que un día hablando con unos compañeros precisamente allá en Lima, me dijeron “es que esto es muy tú”, “Cristian, pero cómo, ¿cómo que es muy yo?”, “sí, sí, sí, este diseño, es que es tú”. Me sorprendió mucho. Y me pasó también justo lo contrario, en un proyecto para el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico que no se llegó a realizar. Me habían pedido una cosa, mandé el boceto y me dijeron “es que no se parece nada a ti”, y yo dije “¿cómo?”.

Ahí empecé a darme cuenta de que hay una serie de cosas que repito mucho, el uso de la línea recta, el cuadrado, como formas geométricas básicas, una serie de elementos que están muy presentes en los diseños y no sé si podríamos llamarlo como estilo, porque creo que todavía me queda mucho para tener una marca propia, pero sí es verdad que haciendo una vista general, panorámica, de todo mi trabajo, sí que se ven algunos elementos que coinciden o composiciones escénicas que son muy parecidas. A ver, no voy a decir que soy minimalista pero sí me gustan mucho los espacios vacíos, o los espacios donde los elementos están ahí porque tienen que estar ahí sí o sí, no me gusta lo decorativo, no me gusta el hiperrealismo que intenta imitar al cine, porque para eso está el cine, el teatro es otra cosa.

Entonces, sí, hay una serie de códigos que se repiten bastante en mi obra, y que bueno, que podríamos llamarlo estilo, yo encantado de la vida (risas). Pero bueno, supongo que son estilos de ahora, dentro de diez años pues habrá cambiado.

Puesta en escena de Karamazov, escrita y dirigida por Mariana de Althaus. Producción del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico, 2014. Fotografías de Paola Vera.

Dentro de lo realizado hasta ahora, ¿qué obras han marcado tu carrera?

Hay varia piezas que son como mis hijos favoritos. De Lima, por ejemplo, Los hermanos Karamazov, una obra que dirigió Mariana de Althaus y la primera obra que hice en Lima.  Aquello era una estructura enorme hecha con maderas recicladas. Para mí ese montaje fue importante porque fue como mi carta de presentación en Perú. Después, Billy Eliot, que tenía un diseño de escenografía bastante complejo, y por cuya realización me siento muy orgulloso. El padre también es otra de las piezas que me gusta mucho. Esa estética que es la que me gusta trabajar, en el caso de El padre estaba muy presente: un espacio despejado, limpio, lo decorativo reducido a la mínima expresión; allí también diseñé todo el mobiliario de la casa, las sillas eran líneas rectas, ángulos perfectos, todo negro o blanco; en ese sentido, la obra me representa mucho.

Y aquí en España, por ejemplo, hay una obra llamada Jardiel, un escritor de ida y vuelta, donde hice el vestuario, que para mí es el top, o uno de los top, digamos, de mi creación aquí. Era una obra muy difícil, con muchísimos personajes y cambios de vestuario. Entonces, el director Ernesto Caballero me dio carta blanca absoluta, me dijo “eres libre de hacer el diseño que quieras, como lo quieras, con el presupuesto que quieras. Me despido de ti, confío en tu criterio”. Fue una oportunidad de jugar a nivel de creatividad, sobre todo porque últimamente se están haciendo obras de pocos personajes, con un cambio o dos; no hay esa posibilidad que tenía el teatro antiguo o de otras épocas, donde veías veinte actores en escena que se cambian siete veces de vestuario. Con este texto surgió esa posibilidad y de hecho se hizo mucho énfasis en el vestuario, precisamente porque la obra así lo exigía.

Y después también hay piezas de pequeño formato de las que yo me siento muy orgulloso. Con Alberto Ísola hicimos en El Olivar la obra Este hijo, que también me representa mucho en cuanto a lo que hablábamos de mi estética o mi sello, porque tiene esa cosa minimalista, líneas rectas, y el hecho de jugar con las luces. A mí me gusta mucho introducir luces en la propia escenografía y sobre todo, más que los espacios que ilustran, me gustan mucho los espacios que sugieren, donde el espectador termina de completar la imagen, yo solo doy herramientas, doy elementos, y después cada espectador en su butaca, en su cabeza, termina de completar esa imagen. Este hijo tenía un poco ese componente, o incluso PulmonesPulmones era una pieza donde prácticamente no hay nada de escenografía, el vestuario parece que no es nada, que los actores vienen de la calle vestidos así, y fue todo lo contrario, fue todo un proceso, con Norma Martínez, Fiorella Pennano y Renato Rueda, para buscar esa “estética de la nada”. Parece que es una pieza donde estoy en contra de mi propio trabajo, porque no hay nada, solo hay un masking tape que marca el suelo y ya está, pero…

Pero es muy difícil ser simple ¿no?

Claro, ser simple y aparte estar intencionado. Hasta llegar a esa simplicidad para el montaje, hubo mucho trabajo detrás, mucha conversación y mucho diálogo. Mucha discusión también porque,  por lo general, el texto siempre te pide meter algo más, y era justo lo contrario: no vamos a añadir, vamos a ir a lo mínimo, a solo dos actores en el espacio contando una historia. Entonces, ese trabajo también es interesante, no es el más espectacular, como puede ser Pantaleón o Billy Eliot, pero sí que es especial precisamente por lo contrario, por cómo llegar con tan poquita cosa a contar tanto.

Pulmones, del autor británico Duncan Macmillan, con la dirección de Norma Martínez. Estreno: Teatro de la Alianza Francesa, 2018. Fotografías de Alexander Pérez Flores.

En la obra El padre, esto de hacer móviles los escenarios ¿estaba en el libreto, se llegó a esa conclusión con el director?, ¿cómo fue el proceso?

En el texto no viene como tal la indicación de que la escenografía tiene que desaparecer. Se cuenta el problema del Alzheimer que tiene el protagonista, que va perdiendo la memoria. La obra termina en la habitación del hospital donde solo está la cama, y él está solo y descalzo. Me impactó muchísimo esa imagen, que fue la que empecé a trabajar para explicarle al director Juan Carlos Fisher la propuesta: por qué no presentamos la casa, que es lo que se espera todo el mundo, la casa donde él vive, con las habitaciones, los muebles y todo, y a medida que pasa el tiempo, esa casa va desapareciendo igual que desaparecen sus recuerdos. Me parecía una forma poética de reflejar esa pérdida de la memoria, de reflejar qué estaba pasando en la cabeza de este señor. Entonces, ese fue un poco el argumento que estuvimos trabajando.

Y sobre todo se generó a partir de algo que yo hablaba con Fisher, ¿el olvido de qué color es? Es algo que me gusta mucho hacer en los talleres que doy, jugar a asociar colores con cosas que en sí no tienen colores. Al principio tú dirás que el olvido va a ser negro, por la oscuridad quizás. ¿Y por qué no es blanco? ¿Por qué el olvido no es blanco? Porque cuando estás en un infinito blanco no ves dónde termina el borde, no hay un borde, no hay un límite, no diferencias lo que es suelo de techo. Entonces, para mí el olvido, el Alzheimer, lo que tiene este señor, es una superficie blanca donde se van difuminando todos los límites y todas las aristas.

A partir de ahí fuimos generando este universo, haciendo desaparecer elementos de la propia escenografía. Trucamos las cosas para que puedan desaparecer, qué puerta se abre, qué puerta ya no va a estar; creamos una coreografía de movimientos con todos los asistentes de escena para que en tres segundos puedan entrar y sacar una silla, o quitar los cuadros o hacer que desaparezca el sofá. Fue muy bonito porque tenía que estar coordinado como una coreografía de danza para que todo encajase y funcionase, de forma que al final la imagen que tenemos de este señor enfermo de Alzheimer, solo en la habitación del hospital, es tremenda. Pero claro, creo que era lo que teníamos que conseguir, que el espacio se quedase vacío al igual que estaba su cabeza, que lo había perdido todo.

¿Trabajas frecuentemente a partir de darle una carga sicológica a los colores?

Sí, eso siempre está, a veces para aprovecharlo con el contenido que todos conocemos, y a veces para darle la vuelta y desmontar. Hay cosas muy reconocibles como “la pasión es rojo”, pero qué pasa si en lugar de rojo es verde porque es una pasión que tiene que ver más con la lujuria, quizás. A mí me gusta mucho jugar con los códigos. Hay códigos que están preestablecidos y que el público conoce de primera mano, pero qué pasa si le das la vuelta a ese código, a lo mejor te cuenta otra cosa completamente diferente y te enriquece la propuesta. Entonces, creo que es importante también jugar a eso, conocerlo para después desmontarlo y hacerlo tuyo.

El padre, obra del autor francés Florian Zeller, traducida y adaptada al español por Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Dirección de Juan Carlos Fisher. Teatro La Plaza, 2017. Fotos: cortesía de Teatro La Plaza.

¿Y en algún momento de tu carrera has llegado a sentirte un poco abrumado por algún proyecto que era bastante ambicioso?

Todos los proyectos tienen una fase de pánico, hasta el más sencillo. Aunque tú te creas que ya llevas mucho tiempo haciendo cosas, eso es mentira, en cada proyecto vuelves a empezar de cero, la única diferencia es que ya viene detrás una mochila con mucha información. No hay fórmulas ni plantillas, entonces, esa parte de pánico a la hoja en blanco existe. Pero es verdad que una vez que arrancas ya la propia inercia del trabajo te va llevando, y vas creando y vas en más.

He trabajado en proyectos grandes como 33 El Musical, donde hice el vestuario, un musical de gran formato con muchísimos cantantes, bailarines y actores en escena, y con muchos cambios de vestuario; lo que implicó casi ocho meses de trabajo para construir toda esa cantidad de burras llenas de ropa para la figuración, para los soldados, para todo. Entonces, no es tanto que te abrume porque te de miedo sino porque al final estás dedicándole mucho tiempo a una producción que es gigantesca, por el volumen de trabajo, y que te exige tener un máximo control de todo y también organización, que es fundamental.

Otro proyecto que tomó un año de dedicación fue el diseño del parque temático para el espectáculo El sueño de Toledo. Allí todo está construido desde cero, no había nada, era un terreno, un trozo de campo en mitad de La Mancha, nada más. Nos pasaron el libreto de lo que querían contar y cómo lo querían contar, y a partir de ahí se creó un inmenso decorado hecho con materiales resistentes, con ladrillos y con piedras a tamaño real, con un lago artificial porque parte de la escenografía surge de debajo del agua, o sea es una barbaridad.

Lo que hicimos fue hacer una investigación sobre la arquitectura de la ciudad de Toledo, con miles de fotografías a edificios, a piedras, para ver la forma, el color, la textura que tenían, y a partir de ahí hicimos una especie de style line de la ciudad para recrearla ficcionalmente en el parque, con la muralla a tamaño real, el puente, los castillos que se ven al fondo; hay un armazón de metal debajo, pero delante hay un mortero tallado a mano y después pintado, para recrear las piedras y todo. Es decir, no deja de ser un decorado pero es un decorado que está pensado para el aire libre, para que dure 20 o 30 años, y para el show en sí, que es un show de 70 minutos de duración, 200 actores en escena, con una escenografía enorme que tiene casi 200 metros de largo por 40 de alto, fue una locura…

¿Y cuál es tu opinión con respecto a la pandemia? El escritor francés Michel Houellebecq, por ejemplo, siguiendo su tendencia de pesimismo, publicó una carta donde opinaba que después de la cuarentena todo iba a ser igual, e incluso peor. ¿Tú qué crees?

Yo soy bastante positivo en ese sentido, no creo que vayamos a peor. Es verdad que la tendencia de la humanidad es ir cada vez peor pero yo creo que esto que ha pasado ha sido una llamada de atención bastante potente, tanto que es a nivel mundial. El ser humano se creía invencible y al final el bichito más pequeño y más insignificante del mundo nos ha hecho tambalear todos los cimientos de la sociedad contemporánea. Creo que deberíamos aprender un poco de eso.

Una de las cosas positivas que ha traído la pandemia es que se ha creado un movimiento colectivo de vecinos, de gente que se ayuda, gente que sabe que en el bloque donde vive hay personas mayores que no pueden salir a la calle y se ofrecen para ir a hacerles la compra, a bajarles la basura, entonces hay pequeños gestos, en ese sentido, que a mí me llevan a pensar que algo está cambiando. El problema es que después las instituciones, los políticos, son los que tienen que recoger estos gestos y tomar cartas en el asunto para crear una sociedad mejor.

Y el mundo entero darse cuenta de que no puede vivir aislado. Tenemos que aprovechar de esta globalidad no solo lo malo sino también lo bueno. Lo que pasó en China en pocos meses se ha extendido por el mundo; pero si aquí en España hay una escasez de material sanitario, también debería suceder que otro país con algún excedente se lo envíe. O sea, apoyarse, lo mismo que se está haciendo entre vecinos de casa, que los países puedan también apoyarse entre unos y otros. Entonces, yo quiero ser optimista y quiero pensar que lo que está pasando va a servir para que reflexionemos un poco.

Y a nivel de las artes escénicas, pues evidentemente esto va a cambiar. Es una situación complicada que va a costar mucho salir de ella, sobre todo volver a esa normalidad de poder ir a un teatro, juntarse con 100, 200 personas, o 3 mil en un estadio, eso va a costar trabajo, pero yo creo que lo conseguiremos. Tarde o temprano volveremos a esa normalidad que teníamos antes y espero que sepamos apreciarla, igual que ahora apreciamos los abrazos que no podemos dar. También espero que la sociedad aprecie toda esa cultura que ahora mismo se está distribuyendo tanto por redes. Creo que es importante que se le dé el valor que tiene. Gracias a que existe esa cultura y que se está distribuyendo en tiempos difíciles como este, toda esta situación se lleva un poquito mejor. Espero que cuando todo esto pase, la sociedad sepa apreciar el valor de la cultura.

Además de tu carrera creativa, también te has desempeñado en la docencia, ¿qué le dirías a tus alumnos en un momento tan complicado para las artes escénicas?

Pues que sencillamente son tiempos complicados, son tiempos difíciles, pero que la cultura y el teatro han vivido en una crisis constante, siempre. El teatro ha sido siempre un “enfermo imaginario” como dice Moliere, pero siempre ha salido adelante. Estos son tiempos donde la formación es el mejor aliado. Si vamos a pasar mucho tiempo en casa porque no podemos salir, pues hay que aprovecharlo para aprender, para leer, para conocer, ahora que se nos presenta esta oportunidad de ver tanto teatro nacional e internacional por las redes, pues es el mejor momento para aprovecharlo y sentarte dos hora a ver una obra de Ostermeyer, por ejemplo.  Entonces, yo creo que el consejo que les daría es ese, aprovecha el tiempo, porque cuando todo esto pase, que pasará, evidentemente, tenemos que estar preparados para todo y el que esté preparado es el que se va a quedar.

Eso me recuerda algo que comentó un maestro hace muchos años: tú no escoges al teatro, es el teatro el que te escoge a ti.

Sí, totalmente de acuerdo. De hecho a mí el teatro me escogió y nunca me dejó salir (risas). Y ni quiero que me deje salir. Fíjate, tuve una época de duda cuando hacía interpretación porque no me gustaba la interpretación entendida desde el sufrimiento. En las primeras compañías donde empecé a participar como actor en los montajes, trabajábamos mucho desde la introspección, desde esta cosa de Stanislavski, de búsqueda personal, desde la búsqueda del dolor. Entonces, a mí como ser humano me provocaba muchos conflictos, porque no me gustaba trabajar desde ahí, necesitaba encontrar otro sistema de interpretación que no sea desde ahí. Por eso tuve un momento de flaqueza, de decir “lo voy a dejar, creo que esto no es lo mío”.  Pero yo creo que ahí es donde vino la plástica a salvarme, a decirme “no, no, lo tuyo es el teatro, lo que pasa es que ahora mismo estás poniendo los ojos donde no es, más bien tienes que girar el aparato para darte cuenta de que tu foco realmente donde está es en la plástica”.

La plástica vendría a ser un espacio donde no hay dolor, digamos…

Podríamos decir que sí, porque lo que hay es juego. Y en interpretación también, con el tiempo empecé a conocer el claun, la máscara contemporánea, el teatro más gestual, y me di cuenta de que no todo era Stanislavski, dolor, sino que hay otras formas de enfrentarte a los personajes que tienen que ver mucho más con el juego, que es algo que me persigue mucho en la carrera. Es decir, yo trabajo lo que es jugar, para mí tiene que ser una redención, me tengo que divertir haciendo mis trabajos, aunque sea un drama y aunque sea la tragedia más grande del mundo, yo tengo que disfrutar y tengo que jugar, con mi maqueta, con mis telas cuando estoy haciendo vestuario, cuando hago luces con mis filtros, gelatinas, cambiando colores… Necesito jugar, para mí la base del juego es importantísima.

¿Y qué le dirías a ese chico de Cádiz que empezó a jugar al teatro sin saber hasta dónde iba a llegar?

¡Qué tal pregunta! (risas). No pierdas el tiempo con tonterías, date prisa que el tiempo se te agota y hay que hacer muchas cosas. Y juega, siempre juega, tómatelo todo como un juego, con la seriedad que tiene un juego, desde la seriedad que tiene el propio juego, eso sí.

(1) Artículo publicado por primera vez en Diálogos Apuntes Teatrales N° 4 “Diseño y visualidad en escena”.

Juan Sebastián Domínguez

España

Máster en Estudios Avanzados de Teatro por la Universidad de la Rioja, Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz y de Escenografía por la Real Escuela Superior de Arte Dramático, de Madrid. Ha realizado diseños en escenografía, vestuario e iluminación, tanto en España como en América Latina, abarcando teatro, ópera, danza y zarzuela. Su vestuario de Jardiel, un escritor de ida y vuelta, dirigida por Ernesto Caballero, fue finalista al Premio «Adrià Gual» de Figurinismo 2017 de la ADE. Ha sido Gerente de Escenografía, Decorados y Accesorios para Puy du Fou – España, siendo responsable del departamento artístico del parque temático, que se inauguró con el espectáculo El sueño de Toledo (2019). En Perú ha diseñado las escenografías de El padrePantaleón y las visitadorasEste hijo, etc.

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Autogestión, identidad, resistencia

Asociación de Artistas Aficionados: Hacia los 85 años de vibración conjunta desde la autogestión y su sostenibilidad.

Por Ximena Arroyo Seminario y Yasmin Loayza Juárez (1)

La Asociación de Artistas Aficionados es una organización privada sin fines de lucro, fundada el 13 de junio de 1938 en la ciudad de Lima. Si bien hablamos de la primera institución cultural del Perú, no pretendemos viajar al pasado sin dejar de tener como referencia el presente y viceversa. Deseamos ubicarnos en el contexto actual valorando la riqueza de la historia y el legado de esta institución, con la intención de revisar las motivaciones, aciertos, desaciertos, resiliencias, resistencias y aprendizajes que han convertido a la AAA en un espacio pionero y determinante en la promoción cultural, el fomento de la creación artística, el desarrollo de la autogestión y en la ruta que dejó hacia la profesionalización de las artes escénicas en nuestro país. Queríamos, en un principio, hablar de la gestión, pero es complejo hacerlo sin mencionar todo lo demás que esto implica. 

Por último, la elección de un formato amigable como el diálogo para el  desarrollo de este texto responde a la intención de recuperar el disfrute de la conversación. Vamos a “recrear”, a transportar al lector a la escena en sí: un café, una cerveza, un vino, un sonido, un olor, un recuerdo, un llanto quizás, la respiración de las protagonistas, la escucha, la inflexión de la voz, el intercambio, las risas y todos los elementos que pueden componer y que son parte de la escena en una conversación, convirtiéndola en un disparador de ideas estimulantes y creatividad.

Sin lugar a duda, este formato también responde a las dinámicas en las que se mueve la interacción en la AAA y, por supuesto, de alguna forma influye que ambas autoras pertenezcamos al mundo del teatro. Por ello, inevitablemente, este texto cargado de verdad contiene algo de ficción.

DÍA 1

Llegamos a nuestro primer encuentro en el cafetín de la AAA. Estamos emocionadas por empezar con este texto que, en verdad, no tenemos idea de qué formato tendrá, pero nos une la alegría de compartir parte de la historia de este espacio que es un referente importante de la historia del teatro en el Perú. El cafetín es un lugar hermoso, lleno de recuerdos. Sentadas, estamos rodeadas de afiches de espectáculos presentados hace más de 40, 50 o 60 años; el altillo, la madera, el ventanal gigante, característicos de las casas coloniales, por donde han pasado grandes personalidades del teatro peruano. En la mesa tenemos fotografías, textos, actas históricas y mucho material que revisar; quizá podamos sistematizarlo, aún no tenemos claro lo que ocurrirá. Impregnado de esta energía, el cafetín de la AAA es el espacio perfecto para nuestro primer encuentro y sirve de inspiración para lanzar la primera pregunta.

Yasmin

Ximenita, debo confesarte que siempre me ha llamado la atención el término “aficionados”, siendo que este espacio ha albergado y sigue albergando a grandes personalidades de la historia del arte y la cultura del país y también del extranjero, profesionales que han tenido reconocimiento dentro y fuera de Perú. Entonces, ¿por qué “aficionados”?

Ximena

Porque en el año 1938, cuando se funda la AAA, el desarrollo de alguna actividad artística no era considerado una profesión. Los asociados de la AAA eran profesionales destacados en otros rubros y, al mismo tiempo, “aficionados”, un término que proviene del latín affectio; es decir, entendieron que era “por amor al arte” que emprendían esta aventura. El gran mérito de los fundadores de la AAA fue comprender el arte y su diversidad como el mejor aliado y elemento fundamental en la formación de la cultura humana, y promover desde esa convicción un espacio de encuentro, generoso y solidario, un espacio de creación en libertad y aprendizaje, donde se hibridaron lenguajes artísticos en continua búsqueda, respondiendo desde sus inicios a propuestas contemporáneas e innovadoras. La particularidad de esta institución ha sido promover todas las artes: literatura, pintura, danza, teatro, cine, fotografía, música, canto, radio, etc. Es importante mencionar que la sostenibilidad de la AAA se inicia con las aportaciones de sus miembros: el gran trabajo y la meritoria tarea que estos realizaron fue entusiasmar y conminar a muchas más personas y empresas para que sean parte de esta gesta trascendental.

1. Este artículo testimonial sobre los 85 años de historia de la AAA, se encuentra completo en el libro Artistas-investigadoras/es y producción de conocimiento desde la escena. Una filosofía de la praxis teatral. Tomo IV, publicado por el Fondo Editorial de la ENSAD y disponible para su lectura en línea en el siguiente enlace

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Diálogos 4 Testimonios

«Como diseñador, tu trabajo está al servicio de la historia que se cuenta»

Beatriz Chung

Períodos formativos

Estudié la carrera de Escultura en La Católica y mi hermana, Ana Chung, estudió Danza en la misma universidad. Mis padres nunca vetaron ninguna opción; mi papá es ingeniero mecánico y mi mamá de carrera, economista, pero yo diría que es una educadora nata. Ella nos ha apoyado y promovido cualquier interés que hemos querido cultivar ya sea de deporte, arte, teatro, danza, etc. En la familia hay una línea larga de educadores, tengo abuelos, tíos, primos, que son docentes también, y el tema de ser educadora mi mamá lo ha llevado a la práctica con nosotras.

El color y las formas siempre llamaron mi atención, ingresé a la universidad para diseño gráfico pero luego me enamoré de la escultura y sus técnicas, me parecía un reto súper grande, y en segundo año cambié de carrera. Me costó bastante pasar de la página en blanco —el punto, la línea, el plano— al volumen, a tener que abordar el espacio y las tres dimensiones, pero fue un recorrido gratificante. En paralelo, mi cariño por el diseño gráfico se mantuvo en el área de la ilustración, he ilustrado libros para varias editoriales, sobre todo en la rama de la literatura infantil, lo que me permitía además tener un ingreso económico cuando era estudiante.

En la escuela de Danza, mi hermana se encontraba desarrollando un montaje llamado Matachola dirigido por Mirella Carbone. Tenían que fabricar unos muñecones para utilizar en el escenario; al preguntar quién podía ayudar, mi hermana sugirió que podía interesarme y me encantó el reto. Trabajar la utilería de una puesta en escena tiene que ver con manejo de materiales, con volumen, con estar en los ensayos para ver cuáles son los requerimientos físicos, si se necesita que pese, que no pese, cuál es la acción del actor, traducir todo esto en soluciones técnicas y que también se aprecie una propuesta visual; entonces, son aspectos afines a lo que aprendes en escultura, comparten el mismo lenguaje. La propuesta escénica también involucraba gente, trabajo en equipo, eso me gustó mucho. Y ver cómo estos elementos que están en el escenario van cobrando vida con el movimiento me pareció mágico.

El salto al teatro se dio como algo inevitable. Las artes plásticas han sido mi punto de partida para encontrar poco a poco este espacio en el que me siento a gusto, porque finalmente lo que hago no son solo piezas para contemplar, sino que son parte de elementos y espacios que se usan para contar historias. Me gusta crear volúmenes, investigar y hacer proyectos, pero siento que siempre me faltó este componente extra de trabajar en equipo, que es lo que me encanta del teatro.

Ciclo. Unipersonal de Paulina Hunt. Obra estrenada en Chile el 2008.

Los primeros trabajos teatrales

En mi último año de carrera, para la exhibición final con la que nos graduamos los estudiantes, hice una serie de esculturas figurativas, personajes hechos de materiales reciclados y retorcidos. Paulina Hunt, una amiga actriz chilena, vio mi trabajo y me propuso hacer algo juntas en algún momento. Unos años después me invitó a un proyecto que estaban desarrollando en Chile y viajé un par de meses para ser parte del proceso.  

La obra consistía en un unipersonal realizado por la compañía de teatro Ladetemer, actuaba Paulina, dirigía Carolina Carrasco y producía Paola Lara, un equipo de mucho talento y trayectoria. Se realizaron varios talleres con mujeres expuestas a casos de violencia y en base a cartas y testimonios armaron este unipersonal llamado Ciclo. Fue una experiencia increíble. Me enamoré del teatro, arte que involucra todo lo que he aprendido, además de performance en vivo, intercambio de saberes con gente maravillosa y trabajar con otras disciplinas y especialidades. Fue un regalo ser parte de este proceso.

Al volver de este viaje, Patricia Romero me invitó a colaborar con ella en La pera de oro, una puesta de teatro para niños en el Teatro Británico, donde me encargó el diseño de la escenografía y la utilería. Con ella empecé a meterme de cabeza en el teatro infantil. Cuando la invitaron a dirigir El juego de la oca en La Plaza Joven, me llevó como parte de su equipo. A partir de entonces he aprendido mucho en el hacer, escuchando a los jefes de escena de cada teatro, pasando tiempo en los talleres con los realizadores de los grandes montajes, viéndolos hacer su trabajo, teniendo largas conversas sobre materiales, intercambiando técnicas, tiempos y procesos de producción. Poco después, Els Vandell fue otra gran referencia en mi aprendizaje, tuve la oportunidad de trabajar en obras de teatro con La Plaza Joven, que fue por mucho tiempo mi segunda casa, con ese equipo crecí muchísimo en la práctica teatral.

Fue en este desarrollo de proyectos, en este proceso de proponer ideas y conversar con los directores, como fui aprendiendo más del lenguaje teatral, aplicando a la escena lo que traía conmigo de las artes plásticas. El hecho de pasar horas encerrados en los teatros (en el caso de las obras para niños, además, se debe armar el montaje y luego desarmarlo para que se monten las obras de adultos), en ese convivir, en esas conversaciones, aprendí muchísimo de los realizadores que construyen los escenarios, de los diseñadores de luces, del equipo de tramoya y de los equipos de producción, tanta gente detrás del telón que comparte tu emoción al ver estrenarse una obra. Y ahí me he quedado, enamorada del teatro y de la gente linda que hay en este mundo.

Los Fabulatas 2 y la Máquina Legendaria. Con la dirección de Paloma Reyes de Sá y la producción de Pamela Stewart, 2018. Fotos: cortesía de La Nave Producciones.

Maestría en Penn State University: el teatro en otros espacios

He querido seguir profundizando en el tema poco a poco. Ahora estoy a la mitad de una maestría en la que busco complementar la parte teórica y técnica en escenografía que no tuve en mi formación plástica. Como vengo de la rama de la escultura, muchos conceptos son afines, pero el enfoque y la aplicación es distinta. En Perú no tenemos mucha información específica sobre este campo y me interesaba seguir aprendiendo.

Hace unos años asistí a una charla a cargo de Milagros Ponce de León sobre el M.F.A. (Master in Fine Arts) en Diseño y Tecnología, de Penn State University, un programa enfocado en diseño escenográfico que dura tres años. Milagros es egresada de pintura y vive hace muchos años en Estados Unidos, se especializó en Diseño Escenográfico, enseña en Penn State y diseña en distintos teatros y proyectos alrededor del país. Me pareció importante escuchar la experiencia de una profesional que comparte ambas realidades, fue realmente inspirador. A este programa se postula por portafolio, luego hay una entrevista online y si pasas esta etapa te invitan a visitar la universidad para conocer las instalaciones e interactuar con los que serán tus compañeros de clase y maestros. Luego de la visita te hacen saber si ingresaste.

Lo interesante de esta maestría es que es teórico/práctica. A cambio de cubrir el costo de los estudios te comprometes a trabajar un número de horas semanales asistiendo a profesores en clase o en los talleres de producción, sea en el taller de pintura escénica o el de producción de utilería. La universidad produce un promedio de 6 a 8 obras al año a cargo de los estudiantes de pregrado y directores invitados. Nosotros, como estudiantes de la maestría, trabajamos con ellos en las producciones y diseñamos algunos de los montajes. Entonces, es algo muy provechoso pues en el quehacer para sustentar el máster aprendes mucho con ellos también; además, varios de los que venimos tenemos experiencia en otros campos y la vinculamos a la experiencia que tienen acá los estudiantes en el proceso de producción.

Por otro lado, los profesores tienen un nivel extraordinario. Todos los que enseñan en el programa también diseñan en montajes constantemente, es uno de los requisitos de la universidad. La gente está muy involucrada en el campo, así uno aprende con personas que trabajan activamente en teatro, que diseñan para obras todo el tiempo y que te comparten sus procesos. Además, aprendes haciendo. Diseñas la obra en horas de estudio, te reúnes con el director, se hacen cambios, pasa al equipo de presupuesto y análisis de estructuras, se vuelve a reajustar todo, luego se coordina con el jefe de utilería y el departamento de pintura, todo monitoreado y coordinado por el equipo de producción, es sorprendente el nivel de organización y eficiencia que manejan por acá, que viene de muchos años atrás. Si abres la mirada, ves que existen sindicatos para actores, otros para diseñadores, otros para realizadores, etc.

Montaje de Pinocho. Obra dirigida por Nishme Súmar. Teatro Pirandello, 2015. Fotos: archivo de Beatriz Chung.

Es interesante apreciar cómo se mueve el medio teatral en otro tipo de realidad. La mayoría de los que nos dedicamos al teatro en Perú lo hacemos de manera independiente, remando contra la marea, con todo el amor, pero con pocos recursos. Por ello, desde otra mirada, acá nosotros también aportamos con creatividad y con soluciones que tal vez a ellos no se les ocurren. Aunque aquí también se lucha con los presupuestos, hay una estructura de gente organizada y especializada, una red de conexiones que engloban y centralizan cada especialidad. Muchos de los estudiantes de pregrado vienen de programas escolares de teatro. La mayoría de escuelas acá tiene cursos electivos donde los alumnos no solamente actúan, también dirigen, construyen escenografías, trabajan luces, sonido y producción; son cursos que generan obras con público y que vienen a ser la base amateur que estos chicos han tenido durante toda su adolescencia, una base súper sólida. Nosotros no imaginamos esto todavía porque la cultura es una tercera rueda en nuestra formación aún, según los programas del estado.

En la maestría llevamos cursos de historia del teatro, crítica, análisis de guion y dependiendo de tus áreas de interés puedes solicitar integrarte a ciertos cursos específicos, como vestuario o dirección. Como solo dos personas al año ingresan a este programa es un grupo pequeño y los profesores están siempre cerca, generando oportunidades para que desarrolles tus áreas de interés. En mi caso, estoy tratando de profundizar en el aspecto técnico, usar programas para diseñar los planos en 3D, hacer maquetas a escala, cómo presentar los formatos a un realizador, etc. Otros estudiantes que manejan muy bien lo técnico, pero no han completado su formación artística se enfocan más en el color, en la composición, etc.; cada uno de los que viene a este master tiene distintas fortalezas. Por eso se reconoce como valioso lo que uno aporta y es valioso también lo que uno aprende de los otros estudiantes, ambos procesos se complementan.

Pinocho. Adaptación de Mariana Silva y dirección de Nishme Súmar. Los Productores, Teatro Pirandello, 2015. Fotos: cortesía de Beatriz Chung.

Procesos creativos

El primer paso es leer el guion y tener una conversación con el director, para saber cuál es su visión. Cuando abordo un texto, en general, cuando leo la obra empiezo a imaginar qué concepto puede transformarse en sensaciones o texturas, algo como áspero o suave, por ejemplo. Esto genera, primero, imágenes un poco abstractas, o colores fuertes o más tenues. Luego, en un cuadernito, empiezo a tratar de componer en una hoja en blanco, a dibujar sensaciones de espacio. Cuando quiero pasarlo a 3D, lo primero que hago siempre es agarrar papel, lápiz, masking tape, y cortar; voy diseñando como siluetas o pequeños dobleces para ir jugando, para ir descubriendo si me parece que el espacio funciona o no. Ya sobre esto me animo a realizar una propuesta más compleja. El hecho de usar lápiz y papel para una idea inicial, y luego utilizar esos mismos materiales para levantar el 3D, me ayuda a comunicarme mejor con el director, hace que conversemos sobre una idea más concreta, que puede devenir en algo más complejo.

He tenido la suerte de ser invitada a proyectos con apertura y libertad creativa. Las conversaciones de varias horas con los directores pueden originar ideas muy locas. Se trata de un trabajo en equipo, una futura mezcla entre tu visión, la visión del director y cómo se van encontrando esas dos formas para crear algo que contenga a la historia, porque finalmente tu trabajo como diseñador está al servicio de la historia que se cuenta, estás acompañando y generando un mundo para que esto se desarrolle, es importante que todos vivan en conjunto en este universo, con la debida armonía; en ese sentido, no puedes opacar al actor. Más allá de ser el complemento para un personaje, según cómo desarrollas los elementos, el vestuario o la escenografía pueden retar al personaje, inclusive presentarse como un obstáculo; por ejemplo, hacer algo muy grande que le dificulte jalar, mover o empujar, o diseñar cosas muy chicas que lo van a poner totalmente en otra situación corporal, etc. Es interesante también jugar con esos extremos, pero todo tiene que ser conversado.

La relación objeto-cuerpo está para explorarse. En Fabulatas, con Paloma Reyes de Sá y Pamela Stewart, fue increíble porque jugábamos con objetos, buscando códigos con cartones, amarrando elementos para que se transformen en otras cosas mientras veías el antiguo elemento todavía ahí. Entonces, el proceso de ensayo también va originando sus propios códigos, y dependiendo de cuál es el enfoque del trabajo, puedes incorporarlos como parte de la estética. En el juego de recibir una historia y ser parte de ella, puedes transformar esa realidad, los directores están cada vez más abiertos a propuestas abstractas que no necesariamente son una mímesis de lo que te rodea, sino que proponen otra versión de la realidad para contar la historia.

El cómo utilizas el material, para qué lo pones, dónde lo pones, debe guardar coherencia con tu idea. Me gusta mucho investigar eso, cómo construir, especialmente el movimiento, a partir de articulaciones, bisagras, poleas, cosas así. El escultor Alexander Calder tiene mucho de eso, sus esculturas móviles están suspendidas en el aire, se interrelacionan unas piezas con otras, se enrollan; me gusta su obra porque vincula forma con función, este tipo de mecanismos siempre me llamaron mucho la atención. También me gusta de Calder que sus propuestas sean lúdicas, uno de sus trabajos —mi favorito— se llama El circo, tiene personajes chiquitos que interactúan entre ellos, es muy curioso.

Circus, de Alexander Calder. Fuente: https://www.vulture.com/2019/06/art-review-2019-alexander-calder-circus-at-the-whitney.html  (3 primeras) & https://whitney.org/collection/works/5488  (2 últimas)

El teatro para niños y las marionetas

Podría decirse que he explorado más el teatro para niños, área que me encanta porque es un teatro que maneja códigos en los que puedes arriesgar mucho, generando nuevos formatos visuales. Como no tienes que ser necesariamente realista se abre la posibilidad de desarrollar espacios muy bizarros y jugar; a mí, en particular, me gusta crear elementos que puedan ser transformados en el escenario.

Una de las características más determinantes del teatro para niños, en nuestro caso, es que el escenario es armado y desarmado cada vez. Se arma la puesta, se hace la función, y luego tienes que retirar todo porque en la noche se presenta la obra de adultos. Entonces, esta particularidad exige que uno sea versátil en las piezas que pone sobre el escenario, cada elemento debe ser necesario, importante, atractivo, poderoso. Se convierte en un desafío esto de generar elementos que complementen la visión de los actores, o que los reten. En mi caso he ido aprendiendo por ensayo y error. Me acuerdo de que al comienzo hubo un par de veces que hicimos piezas que los actores tenían que mover y eran demasiado pesadas, como el libro gigante para La pera de oro con Patricia Romero, que era casi imposible de mover, pero cada día de la temporada tuvimos que hacerlo, ingresarlo al escenario y luego sacarlo. Así uno aprende qué material es mejor para cada caso.

Por otro lado, tengo una fascinación por las marionetas. Uno de mis principales referentes son los artistas de Handspring Puppet Company. Hace varios años en el cine transmitieron una función en vivo de su montaje War Horse, fue muy emocionante, la obra mostraba todo lo que puede aportar un elemento en el escenario y te daba muchas luces sobre cómo abordar la parte artística de forma que se articule a cómo narras la historia. Me gustan mucho las propuestas que hace esta compañía y su filosofía de trabajo. Su sede está en Sudáfrica, allí trabajan con materiales de la zona, con gente de la zona, aportando a su desarrollo, eso también me parece clave. Ahora son mundialmente conocidos por cómo enfocaron el proyecto y lo que generaron después. Otra referencia de montaje con marionetas y actores, también alucinante, poderosa y muy conocida, es la de El Rey León; lo que me gusta de esta propuesta es cómo incorporan a los actores en los personajes sin cubrirlos, generando un nuevo código.

War horse. Handspring Puppet Company. Fuente: https://www.handspringpuppet.co.za/

Con el uso de las marionetas puedes cambiar la escala, hacer que el actor desaparezca, o que el actor sea un personaje y las marionetas distorsionen la percepción del mismo, como convertirlo en un enano o en un gigante, por ejemplo. La utilería se convierte en un elemento clave para jugar. De hecho, mis referencias suelen partir de los juguetes para niños, pero juguetes tipo legos, para construir o elementos que puedas transformar, desarmar, reconstruir; analizando esos formatos se abren posibilidades de experimentación en el escenario.

Una de las marionetas que más recuerdo es la que hicimos con Els Vandell para La vida es sueño. Ella quería incorporar un caballo en el escenario como personaje, si lo hacíamos de tamaño natural no iba a poder moverse, sería demasiado grande, incluso realizamos unas pruebas. Luego fuimos viendo cómo hacer para que este caballo sea manipulado por los actores, pero que no estuvieran totalmente cubiertos y que el movimiento diera vida al personaje. Y bueno, alguien tenía que manipular el caballo. En ese momento tampoco había tanta conciencia de trabajo físico en los actores, estaban más familiarizados con el hecho de desarrollar diálogos y emociones que con el manejo y manipulación de objetos —área que ahora, felizmente, se está explorando más. Entonces, para este proyecto invitamos a mi hermana Ana Chung y a Francesca Sissa, ambas bailarinas que trajeron nuevas miradas al proceso de construcción de personaje; fue un trabajo conjunto el que desarrolló este hermoso caballo. Sinceramente, me encanta hacer marionetas, generar esta especie de bichos o personajes que pueden mezclarse con los actores. Mi sueño sería hacer un montaje con marionetas gigantes en el escenario, sería maravilloso.

La vida es sueño. Adaptación infantil del texto de Calderón de la Barca, con la dirección de Els Vandell. Teatro La Plaza, año de estreno: 2012.

El teatro en tiempos de pandemia

Creo que el teatro es resiliente, ha pasado por muchas crisis y se reinventa cada vez. Por ahora estoy un poco alejada de lo que conozco, de la gente que conozco, y me encuentro en una realidad completamente distinta, con otro tipo de recursos, plataformas, niveles de producción y organización, pero igual acá también están tratando de encontrar salidas a la crisis pandémica mundial y buscando nuevas formas de seguir haciendo teatro. Está siendo muy complejo, aquí o allá; tenemos que adaptarnos. Si hay un problema con el confinamiento —limitación que nos va a obligar a ser más creativos—, entonces tomar espacios abiertos, tomar las calles, sería una propuesta muy bonita para trabajar, además que en Perú tenemos práctica en eso, convertimos cualquier espacio en escenario y eso es hermoso.  

Por otro lado, están apareciendo varias plataformas virtuales. Uno piensa que la escenografía necesariamente contempla elementos físicos, tal vez también es hora de considerar cómo aportar con elementos virtuales que acompañen este tipo de manifestaciones en línea. No lo sé. No tengo todavía la respuesta, se irá generando de a pocos. Y encontrar el camino va a ser duro, hay mucha incertidumbre. Pero a pesar de todo, mi entorno es proactivo. Veo que mucha gente está haciendo proyectos virtuales, abriendo nuevas plataformas para seguir encontrándose con la gente, seguir practicando, sobre todo los actores, directores, bailarines. Hay mucha actividad.

Estoy participando de foros de escenógrafos y realizadores donde estas preguntas también dan vueltas. Algunos prefieren esperar porque la audiencia y lo presencial es vital en lo que hacemos, pero a la vez también hay nuevas ideas que van emergiendo. Para stand up comedy ya están implementando espacios con televisores dándole la vuelta al actor para que pueda ver a la audiencia e interactuar con ella; o hay teatros abiertos que están poniendo nuevas reglas para ubicar a la gente. Entonces, la pregunta está en el aire. La gente acá también está nerviosa pensando en salidas, pero sin dejar de proponer; lo mismo que percibo en Perú. Algo muy reconfortante es que nos estamos organizando y abriendo espacios en distintas partes del mundo para el diálogo. Hay una necesidad de juntarnos, de saber cuántos somos, quiénes nos dedicamos a esto, qué se puede hacer y unir fuerzas. Eso es algo que solo va a traer cosas positivas.

Los perros. Adaptación libre de la película Reservoir Dogs de Quentin Tarantino, con la dirección de Rocío Tovar. La obra se estrenó en el Teatro de la Universidad de Lima el 2017. Fotos: archivo de Beatriz Chung.

¿Qué hemos aprendido?

En el caso de Perú, lo que ha hecho esta pandemia es restregarnos en la cara todas las diferencias. En cierto modo, uno las conoce, tiene la idea de que existen, pero exacerbadas de esta manera duele y es imposible voltear la cara. Después de esto, uno puede pensar cínicamente que nunca vamos a cambiar, pero entonces no te dediques al teatro, porque el teatro es proponer cambio, contar historias, compartir o proyectar imágenes, tener un impacto en los demás, el teatro es transformador por donde lo mires. Y no se trata de ser positivo por ser positivo, sino de determinar qué puedo hacer yo para apuntar a que esta imagen de sociedad, o esta imagen de cultura, sea como quiero que sea. Va a ser el trabajo de muchos.

Mirada de maestra

Me parece que fue a los tres años después de egresar de la Facultad de Arte y Diseño de la PUCP que Raúl Cuba me propuso enseñar en estudios generales, amo enseñar. Es muy emocionante conocer a los nuevos estudiantes, descubrir nuevas miradas en ellos, ver cómo trabajan según las expectativas que les vas sembrando. El hecho de que uno se desenvuelva laborando en el mundo real a la vez que enseña es importante, les abre el camino: el teatro también puede ser una opción para el estudiante de artes plásticas, o generar encuentros con las artes performativas, con la música, con la danza; las galerías no son el único escenario posible, pero depende de ellos buscar su lugar. Entonces, trabajar en la universidad es súper enriquecedor porque así como enseño también aprendo mucho. Pasaron más de diez años casi como jugando, he enseñado en la facultad ya trece o catorce años, me parece. Y bueno, ser educadora finalmente te brinda un ingreso fijo y la tranquilidad para poder desarrollar y apostar por proyectos que te interesan que no necesariamente van a generar dinero.

A alguien que está estudiando escenografía en estos tiempos tan delicados le diría:

Que tenga paciencia y mucho corazón porque va a ser un camino largo, pero que vale la pena.

Que se comunique con los directores y con los actores para contarles cómo explorar el espacio diseñado, y uno mismo darse el tiempo de recorrerlo, de experimentar con esa utilería, de saber cómo usarla, porque no basta con que se vea bien, tiene que servir a la historia; por eso, uno mismo hacer la escena, cargar las cosas, mover y jugar. Eso es valioso.

Que escuche a la gente que lleva tiempo haciendo teatro, no solo a los directores o los actores, sino a la gente que hace la realización, ¡de ellos he aprendido tanto! Porque no basta con dibujar un plano, los que construyen los escenarios te pueden decir si algo va a funcionar o no, si determinado material es mejor por tal o cual razón.

Y en esa sencillez de ser capaz de escuchar y estar abierto a que otro sabe más que uno, está el disfrute, la empatía y te enriquece enormemente.

Beatriz Chung

Perú

Artista plástica, diseñadora, ilustradora y docente. Egresada de la Facultad de Arte de la Pontificia Universidad Católica del Perú en la especialidad de Escultura, con experiencia docente en educación básica, superior y no escolarizada. Directora de arte en obras de teatro como La pequeña niñaLas aventuras de Juanito y su bicicleta amarillaFabulatasAuraSoñadoresDoña Desastre, entre otras. Ha trabajado con directores como Alberto Ísola, Vanessa Vizcarra, Nishme Súmar, Fernando Castro, Jorge Villanueva y Rocío Tovar. En el campo de la ilustración, los últimos proyectos publicados han sido La pequeña niña de Luigi Valdizán, Como el viento de Isabel Ibárcena, Leoncio y el doctor veterinario de José Watanabe y Capitán Papapa de Jorge Eslava. Actualmente, cursa la maestría en Diseño y Tecnología de Penn State University, un programa enfocado en diseño escenográfico.

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Diálogos 4 Testimonios

«La plástica debe ser algo que se concrete desde el principio entre todos»

Enrique Aquije

De actor a diseñador de luces

Desde siempre me gustó estar en los escenarios y hacer que la gente se entretenga, por decirlo de algún modo. En el colegio La Inmaculada, donde estudié, como parte de las presentaciones del calendario cívico se organizaban actividades artísticas en las que yo participaba bastante, y no es que obligaran a los alumnos a participar, sino que consultaban quiénes se animaban a hacerlo y mi mano casi siempre estaba levantada. Pasé por declamar poesía, hacer oratoria, todo lo que conllevara pararse frente a un público. De alguna manera ya sentía que iba a estar ligado a un arte que fuera expresivo.

En la secundaria me metí de lleno a los talleres de teatro que se desarrollaban con mucha seriedad. La Inmaculada era solo de hombres, por eso los maestros coordinaban con otros colegios para trabajar conjuntamente y poder contar con chicas para un elenco mixto, así se realizaban los talleres y el montaje de las obras. Entonces, mi acercamiento al teatro se dio desde muy pequeño, desde el colegio como muchas personas, fue algo que surgió a partir de una inclinación hacia la escena como actor.

Durante los años 90’s continúo mi formación. Y como recordará mucha gente, vivíamos épocas un poco duras para el teatro, porque en realidad no había muchos grupos; solo directores como Roberto Ángeles y Alberto Ísola daban la pauta pues eran los que podían, mal que bien, hacer sus obras de forma constante.

En la carrera paralela de Comunicación Audiovisual que estudié, había aprendido sobre luces, sonido y mucho manejo técnico. Pensé que sería en la televisión donde desarrollaría todo esto, no creí que lo llevaría al teatro, pero sucedió casi de casualidad. Un reconocido maestro de luces, al cual pude conocer en ese entonces, no se daba abasto en las salas teatrales, necesitaba mucha ayuda. Hablamos del señor Mario Ráez; él me apadrina, de alguna manera. Primero que nada me encargaban hacer operaciones de luces, lo cual me parecía muy interesante. Siempre me he considerado una persona de teatro completa, es decir, si no voy a estar actuando pues hago luces, si no hago luces he hecho sonido.

Y en este caso que me tocó hacer las luces, definitivamente sí que me gustó. Me pareció un lenguaje muy interesante del cual no me había percatado antes. Y como dicen, una cosa lleva a la otra: el señor Daniel Dillon fue quien por primera vez me daría la oportunidad de hacer un diseño de luces. Recuerdo que la primera operación formal la realicé con el grupo Ópalo, en la obra Fosca que se presentó en la Alianza Francesa. Y luego, también en la Alianza Francesa, con la obra Solo dime la verdad, dirigida por Dillon, se llevó a cabo mi estreno como diseñador de luces. En realidad, yo le agradezco mucho, porque como no había diseñado antes, se trató sobre todo de un voto de confianza. Sin embargo, es muy cierto que ayuda mucho todo el bagaje cultural que puedas traer. En el instituto Toulouse Lautrec había visto muchísimo cine; aunque de hecho, desde mucho antes de estudiar allí ya era un cinéfilo. También había visto mucho teatro y pintura. Eso te nutre bastante, absolutamente.

Y así fue el acercamiento a las luces, en primera instancia, luego iría tomando cada vez más en serio la carrera. Admito que han cambiado mucho las cosas, puesto que en ese momento no abundaban los diseñadores de luces ni los buenos técnicos; y si había maestros, como siempre lo ha sido Mario Ráez o algunos otros, pues eran contados con los dedos de una mano. En principio, me decanté por el diseño de luces ya que obtenía más trabajos por ese lado, tenía más propuestas porque siempre se necesitaba de alguien; entonces me dije, si las plazas no van por el lado de la actuación pues hagamos carrera con las luces también. Y así pasaron 20 años.

Maestra vida, el musical. Ópera salsa del cantante panameño Rubén Blades, dirigida y producida por Emilio Montero. Se estrenó en el Auditorio del Colegio La Salle el 2018. Fotos: cortesía de Montero Producciones.

Formación independiente

Lógicamente, me preocupé de poder llevar talleres. El iluminador en Lima, casi lo puedo asegurar, se ha tenido que formar durante mucho tiempo con talleres libres que haya ofrecido algún profesor de manera espontánea, en alguna institución sobre todo. Y por supuesto con la práctica. Hoy en día si los chicos estudian actuación también pueden aprender algo de luces y escenografía como parte de los cursos, para que tengan conocimientos al respecto aunque sea a nivel básico. Eso no existía en realidad, si tú estudiabas actuación, estudiabas actuación y no veías nada técnico. Por mi parte, fui formándome con todos los talleres que pudiera encontrar y con la práctica, porque realmente no hay nada como enfrentarte al hecho de tener que diseñar ya con un equipo que te den.

Acá en Lima, mayormente, llegas a los teatros y trabajas un poco con lo que tienes. Por eso yo creo que los iluminadores peruanos tenemos mucho de ingenio para crear; como casi siempre hemos estado limitados en cuestión de equipos, eso precisamente nos ha obligado a sacarle la vuelta a la situación. Hoy en día son muy raras las excepciones en donde sí puedes contar con un teatro de punta que tenga de todo; la mayoría de las veces, hay mucho ingenio y mucha creatividad.

Nuevas tecnologías

El equipamiento de las salas también ha ido cambiando con los años, eso es innegable. Prácticamente, la realidad sí es otra. Ya casi no encontrarás ningún teatro que no tenga el mínimo de equipamiento básico, en eso estamos mucho mejor que antes. El cambio más importante quizás, tecnológicamente hablando, ha sido la llegada de las luces led, lo que permitió que muchos teatros cambiaran sus tachos antiguos por estas luces led ahorrativas que terminan siendo mucho más económicas, y que además tienen muchas funciones, pues hablo de las luces led y obviamente también de las luces robóticas o móviles, que poco a poco los teatros han ido implementando.

Entonces, sí siento que se pasó de algo muy básico o de poder hacer cosas, con ingenio como decía antes, muy básicas, a realizar de pronto espectáculos mucho más desarrollados, que puedan permitirse un lenguaje más complejo o con una mayor cantidad de cambios. En el tema de las luces siempre se va a hablar de eso: con cuántos cambios de luz va a contar tu obra. Podemos ver algunas obras que prácticamente se hacen con una luz plena, durante casi toda la función; mientras que otras obras tienen un cambio de luz por cada movimiento del actor, a veces.

En el sentido de que, aprovechando las herramientas, el lenguaje de la luz ha podido hacerse más complejo para crear o contar mucho mejor las atmósferas, yo diría que hemos podido avanzar y que el uso de las leds y de las robóticas ha sido muy bueno para eso. En los 90’s todavía no hablábamos propiamente de leds, este cambio ha venido sucediendo del año 2000 para acá; además que ha ido introduciéndose poco a poco también, las luces leds de hace 10 años ya no son las mismas que tenemos ahora, y así vamos a seguir avanzando en realidad, creo que en este aspecto es donde la tecnología nos ayuda bastante a los técnicos.

Maestra vida, el musical. Ópera salsa del cantante panameño Rubén Blades, dirigida y producida por Emilio Montero. Se estrenó en el Auditorio del Colegio La Salle el 2018. Fotografías de Víctor Estrella.

Formas de trabajo

En mi caso trato de seguir el lineamiento de empaparme desde el comienzo, creo que es lo mejor para cualquier diseñador. Siempre sugiero que me inviten a las primeras lecturas, que me hagan parte del equipo desde un inicio, porque en realidad muchas cosas van cambiando en el proceso y es sumamente importante —y creo que aún debe afianzarse más— el hecho de que el diseñador debe de estar muy cerca al director.

Hay directores que todavía dejan la cuestión técnica demasiado para el final, es lo último en lo que piensan porque, claro, tienen muchas otras áreas más que cuidar, sobre todo la actuación de los actores, que siempre va a primar en un director; entonces, inevitablemente ha pasado que me llaman y me dicen “oye, estrenamos en dos semanas, ¿puedes hacerme las luces?”, y yo digo “okey, ¿qué pasó, hace cuánto ensayas?”, “hace dos meses” te responden, y yo “ah ya, y me llamas recién…”. Como digo, aún hay directores que piensan que diseñar las luces es cuestión de que vayas, veas un ensayo y listo. Si bien es cierto que se puede hacer así, no es lo más recomendable.

Por eso reitero, a mí de verdad me gusta involucrarme desde el principio, asistir a la primera lectura, estar en los primeros ensayos. Luego tomo una distancia para dejar que fluyan las ideas; después me reúno con los directores una que otra vez, y cuando ya estamos en la recta final, me involucro mucho más todavía en conversaciones largas con los directores para poder plasmar sus ideas y proponerles las mías. Esas dos o tres últimas semanas antes del estreno son cruciales para eso. Pero como sabemos es una labor muy en conjunto, porque a la par tenemos que trabajar con el diseñador de la escenografía, incluso con el de vestuario. Quiero comentar que eso también es algo que a veces no se cuida mucho, y lo recomiendo para todas las productoras. Realmente, creo que la plástica debe ser algo que se concrete desde el principio entre todos.

Los cerdos no miran al cielo. Del dramaturgo peruano Carlos Portugal. Se estrenó con la dirección de Kathy Serrano en el Teatro del Centro de la Amistad Peruano-China, el 2019. Fotografías de Arturo Huerta.

Antes de la pandemia realicé un diseño en el Teatro Julieta, y todo salió muy bien, pero en realidad fue muy tarde cuando me mostraron los vestuarios que llevarían los actores. De todas maneras, el diseño de vestuario siempre prima en toda producción, así como el diseño de escenografía, y como debería primar también el diseño de luces. Es más, yo ahondaría en el tema y hasta me lanzaría a sugerir que los productores deberían juntar a los diseñadores antes de que manden a realizar cualquier tipo de vestuario. Porque puede suceder que te pongan a una persona, quizás de pronto, con una túnica blanca completa, o a todos de blanco cual fantasmitas, y entonces el juego con el diseño de luces se torna complicado. No estoy diciendo que no se deba usar blanco en el escenario, ya que a veces es necesario, pero también sería bueno que el diseñador esté sobre aviso de esto para que lo tenga en cuenta, y que sepa que va a tener muchos rebotes en escena porque el blanco es como una pantalla.

Esos pequeños detalles son importantes. Como señalaba líneas arriba, a veces uno llega casi al día del estreno y se encuentra con estas sorpresas que básicamente son temas de producción, porque los vestuarios a veces están a última hora, o no se coordinó con antelación, o tantas cosas. Son detallitos a cuidar que suman bastante, que creo que deben integrarse; y tanto la producción como la dirección, estar bien al tanto de cómo hacer todo en conjunto.

Es más, existe la figura del director o directora de arte, una figura que viene del cine, donde se usa bastante, y que ahora también se está usando mucho en el teatro. A veces se les confunde con los escenógrafos, pero no son los escenógrafos propiamente dichos, son los directores de arte, quienes definen cómo va a ser toda la estética de una película; y en este caso, de una obra de teatro. Principalmente, el trabajo que tienen los directores de arte radica en captar con claridad las ideas del diseño de luces, de escenografía y de vestuario, para que todas esas miradas independientes no choquen entre sí, sino que confluyan en una sola mirada más armoniosa.

Los cerdos no miran al cielo. Del dramaturgo peruano Carlos Portugal. Dirección de Kathy Serrano & producción de La Teatrera, 2019. Fotografías de Martín Canma.

Las luces en tiempos de pandemia

Creo que superar esta crisis será un tanto más difícil para los diseñadores sobre todo, puesto que nosotros necesitamos del espacio del escenario para poder construir. Si bien es cierto que ahora virtualmente se están haciendo muchas cosas, por ejemplo obras de teatro que se transmiten por streaming, con respecto a los técnicos no hay mayor posibilidad de trabajar en los espacios donde están los equipos reales. En ese sentido, sí estamos un tanto atados de manos.  

Pero como siempre he dicho, las limitaciones despiertan también el ingenio. Ahora que ya pasó la cuarentena, se podría quizás intervenir una casona antigua, como ya se ha hecho anteriormente, y empezar a crear algunas pequeñas iluminaciones de pronto, empezar a producir escenarios nuevos. Porque los espacios grandes, los teatros grandes, sabemos que no van a poder reabrirse a corto plazo con un aforo completo.

Algo que me parece interesante acotar es que el miedo obviamente nos gana a todos. Yo he estado indagando y es verdad que no solo se trata de que reabran los teatros, se trata de volver a captar al público, eso va a ser un reto para todos los artistas, puesto que cada persona en su casa se lo va a pensar dos veces antes de salir a un lugar cerrado donde sabe que va a estar con mucha más gente. Entonces, creo que cuando todo esto pase vamos a tener que, por así decirlo, enamorar al público nuevamente, presentar cosas realmente muy llamativas, muy espectaculares, para que asistan de nuevo al teatro. Además que en el Perú siempre hemos tenido esa situación en la que hay que estar jalando un poco a la gente, puesto que a veces su primera necesidad no es la cultura.

Asociación de Técnicos de Espectáculos del Perú

En medio de la pandemia, sin embargo, se originan también algunos sucesos positivos, como por ejemplo que la Asociación de Técnicos de Espectáculos del Perú se está formando. Claramente, la asociación surgió a partir de una necesidad de formalización y regularización que hace mucho tiempo buscamos los técnicos. Estos dos aspectos son claves para nosotros, son como un objetivo primario principal; claro que hay varios objetivos secundarios, pero con esto queremos resaltar que la asociación no se forma únicamente por el contexto del covid-19. La pandemia, de alguna manera, nos ha obligado a formarnos y a juntarnos, es cierto, pero también tenemos bastante presente que los técnicos en el Perú hemos venido trabajando durante años de un modo muy informal en todos los ámbitos, no solo en el teatro.

El nombre de la asociación tiene que ver también con el hecho de ampliar la mirada más allá del ámbito de lo teatral, porque lo que queremos realmente es poder llegar a representar a todos los técnicos del Perú. Para nosotros, “técnicos” abarca a todas aquellas personas que se involucran en un espectáculo, show, teatro, concierto, etc., y que no son, obviamente, los artistas que están sobre el escenario; entonces, para nosotros, el maquillador es un técnico, el vestuarista también, o el escenógrafo. En ese sentido, como ya señalé, el propósito de la asociación consiste en poder representar a todos los técnicos del Perú, respaldándolos con los lineamientos principales de formalización y regularización.

Con “formalización” entendemos que debemos ser formales en todo sentido, en cualquier ámbito, sobre todo en el trabajo. Con “regularización” pretendemos brindar a los miembros de la asociación una acreditación básica, por los menos,  de los conocimientos de cada disciplina; somos muy conscientes de que muchas personas han llegado a lo técnico sin estudios previos, muchos no han tenido en realidad una formación adecuada, se han forjado en la práctica. En ese sentido, nosotros también queremos regularizarnos.

Actualmente, me desempeño como vocero de la Asociación de Técnicos de Espectáculos del Perú. Sobre las acciones que venimos tomando, tengo de anunciar que, en el camino de la formalización, ya hemos firmado un acta notarial de creación, es decir que el ATEPERÚ ya se está gestando de manera formal, ya está naciendo. Necesitábamos esto con urgencia para poder tomar otras acciones, como solicitar una ayuda al gobierno, pero no una ayuda directamente económica, no estamos buscando ahora un subsidio o un bono sino que seamos visibles ante el gobierno, de eso se trata, de que nos vean y nos tomen en cuenta como han venido tomando en cuenta a tantas otras áreas de la cultura.

En ese sentido, también estamos gestionando encuentros con otras asociaciones de otros países. Ya nos hemos puesto en contacto con Chile, Canadá, Francia, para nutrirnos de la experiencia previa que se ha dado en esos contextos, y poder llegar así a un mismo punto, que principalmente tiene que ver con volver al trabajo, pero volver bien, con tranquilidad, como se debe y, más que nunca ahora con el tema del covid-19, teniendo en cuenta también que sea seguro para nosotros el regresar a trabajar.

Los cerdos no miran al cielo. De Carlos Portugal, con la dirección de Kathy Serrano. Productora de comedias peruanas La Teatrera, 2019. Fotografías de Martín Canma.

Sobre el futuro del teatro peruano

A raíz de todo esto que está pasando, tengo la impresión de que algo va a cambiar para el teatro peruano. No sé ahorita exactamente de qué forma, pero quizás más allá de los técnicos mismos, que estamos un poco supeditados a que nos llamen a algún proyecto, igual que los actores a veces, yo creo que mucho de este cambio está ahorita en las manos de los directores y de los dramaturgos sobre todo. Son ellos los que van a tener la batuta para poder crear nuevas situaciones o quizás hasta nuevos espacios; tal vez se vuelva a tomar más las calles como se ha hecho antes, o se tome algún parque. Es casi una responsabilidad la que tienen ahorita, pienso yo, todos los creativos, los directores, productores, que en realidad siempre están pensando en historias, en cómo atraer gente a la sala; ahora, pues, tienen el doble de chamba con eso. Porque cuando esto pase, el público no debe quedarse sentado en su casa viendo teatro a través de una pantalla, debe ir al teatro a verlo nuevamente en vivo y en directo. Considerando la historia que tiene el teatro peruano, estoy seguro de que esto no nos va a tumbar ni a aniquilar, es solo un hasta luego. De hecho que vamos a volver a los escenarios con mucha fuerza y con muchas ganas de hacer lo que tanto nos gusta: teatro. En definitiva, eso se va a lograr, yo sé que sí, lo vamos todos a lograr. 

Y los artistas vamos a estar allí para el público, de ninguna manera nos dejaremos vencer por estas vueltas que da la vida tan fuertes, al contrario, estaremos listos para volver a llevarles a todos cultura y entretenimiento como se ha hecho tantos años. Es lo que diría yo, volvamos todos al teatro. Creo que se va a convertir en un slogan, se me ocurre ahorita, pero seguramente va a verse en muchas partes: “volvamos todos al teatro”.

Enrique Aquije

Perú

Actor y diseñador de luces con 20 años de experiencia en teatro.  Ha estudiado la carrera de Comunicación Audiovisual en el instituto Toulouse Lautrec y ha llevado diversos talleres complementarios de iluminación. Como diseñador y operador de luces formó parte de los grupos teatrales Ópalo y Plan 9. Además, ha trabajado como técnico de cabina en el Teatro Británico, el teatro del ICPNA de Miraflores, el Teatro de la Alianza Francesa, el Centro Cultural de España, entre otros. Antes de la pandemia se desempeñaba como jefe técnico y diseñador del Nuevo Teatro Julieta. Entre sus últimos diseños se encuentran Mañana me caso dirigida por Leonardo Torres; Hijos de la guerra, por Giovanni Vidori; La loca del frente por Daniel Fernández; y Los cerdos no miran al cielo dirigida por Kathy Serrano.

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Diálogos 4 Testimonios

«No hay nada más esperanzador que transportarte, como lo hace el teatro, a algo que puede ser un sueño»

Cristiano Jara

El descubrimiento del teatro

En el colegio nunca vi ni hice nada de teatro pero igual me sentía atraído por lo escénico. Mi mamá me llevaba mucho al circo de niño, en los 90’s estaba todavía el Amauta, eran circos bastante grandes y que en ese momento eran el boom. También me llamaba mucho la atención lo que hacía Pataclaun por televisión, me imaginaba ese mundo de escenografías, colores y actuaciones, donde esos personajes tan diferentes manejaban la improvisación; la casa se transformaba a partir del dibujo con perspectiva distorsionada, los vestuarios tenían un diseño tan fuera de lo común, todo sumaba para que haya mucha teatralidad allí. Entonces, yo que siempre fui un poco tímido, al salir del colegio lo primero que hice fue inscribirme en un taller de teatro, en el verano se abren todos los talleres de teatro, quería explorar y conocer.

El Club de Teatro de Lima fue mi primera alternativa, no conocía la ENSAD, no sabía que se podía estudiar otra carrera escénica aparte de actuación. Resultó que el taller no era corto sino que duraba un año. Fue interesante porque seguí yendo y poco a poco me fui involucrando mucho más. El primer montaje profesional que vi fue El hombre almohada de Martin McDonagh, que dirigió Juan Carlos Fisher en La Plaza en el 2006. Quedé encantado, hasta ahora me acuerdo de todo, las luces, la escenografía, la historia. El texto había ganado buenos premios y a nivel de plástica estuvo espectacular. Quedé maravillado con la obra y creo que eso también ayudó a que yo pudiera acercarme mucho más al teatro. Como el niño que por primera vez va al estadio o al circo o a conocer el mar, así fue la primera vez que vi teatro profesional. Estaba por cumplir 17 años.

La tramoya y la luz

Después ingresé a la Ensad que marcó mucho en mí porque me hace conocer de todo, allí llegué a descubrir la utilería, el maquillaje, los títeres, la dirección, la actuación y todo lo demás. Dentro de esos cursos estaba la iluminación. Siempre iba a ver diseños de varias cosas y comentaba, me gustaba revisar los programas de mano. Varios de los diseños que me gustaban, porque ya estaba un poco más instruido y familiarizado en la materia, eran los diseños de luces y de escenografía, me interesaba mucho la tramoya.

Por suerte, mientras estudiaba ingresó un profesor que estaba muy ligado al trabajo de diseño de luces, Mario Ráez. Él llegó a enseñar con otras ideas porque venía haciendo iluminación en diferentes lugares durante años, trajo nuevas metodologías y nuevos alcances tecnológicos,  muchos se impresionaron al ver la plástica que traía. Su llegada motivó que me decidiera por la iluminación porque me hizo ver un poco más allá. Cuando ya estás por el 7mo ciclo vas definiendo en qué enfocas tu trabajo, porque la rama de la escenografía es amplia. Para mí fue crucial el momento en que Mario llegó. Hasta ahora le sigo diciendo maestro porque él me ha seguido enseñando siempre; a pesar de que he salido de la escuela hay una comunicación constante con él para ver diseños o hablar sobre diseños e iluminación. Es muy bueno seguir conversando con un profesor que sabe de tu proceso.

La tramoya me gusta por esa transformación de cubos o elementos que puedes ir disponiendo en el escenario, como una búsqueda, hasta encontrar o mejorar el diseño que sí te convenza. Entablé el camino de la iluminación porque podía crear espacios con las luces, que era lo que más me gustaba, y podía crear volúmenes, que es lo que más o menos trabaja la tramoya. Entonces, las herramientas que Mario me dio fueron de mucha ayuda, en verdad, me hicieron decir “esto es lo que quiero”. Además que trajo consigo mucho profesionalismo pues más allá de cómo poner la luz, él te enseñaba a buscar texturas, colores, profundidades y muchas otras cosas.

Cuando haces iluminación tienes que ver mucha pintura, y aunque tú no lo creas tiene que haber movimiento. A mí Rembrandt me parecía muy interesante por su trabajo de la sombra. Como decía Mario, la luz es importante pero también la sombra, porque en tu día a día tienes matices y tienes sombras, si no todo se hace plano. Y así como en la actuación, en la iluminación también tiene que haber intimidad. Con la luz podía encontrar esa intimidad, los volúmenes, atmósferas, contrastes; todo eso me fue aproximando a elegir la carrera.

Algoritmos, danza y visuales interactivos, obra dirigida por Natalyd Altamirano y Sandra Castro Pinedo. Festival 100% Cuerpo, Alianza Francesa, 2012. Fotografías de Javier Gamboa.

La escuela ayer, la escuela hoy

Creo que en toda escuela hay cosas buenas y cosas malas, es inevitable. Yo crecí profesionalmente en un teatro donde no tenemos pues grandes salas, eran espacios donde había pocas luces y tenía que hacerse muchas cosas, y así era la Ensad cuando yo estudié. Con el tiempo, el nivel técnico de la escuela ha subido un montón, hay más salas, más equipos, hay muchas más cosas, como para decir “hubiera estudiado ahora la carrera”, pero yo creo que uno debe aprovechar el momento, más allá de las cosas que haya, buenas o malas, y ver cómo vamos transformando eso negativo dentro del campo.

A mí en realidad me encantó estar en la escuela. Me enseñó que hay que trabajar con lo que haya, con lo que hubo y mejorarlo, en el momento en que te toca porque ese es el momento en que te toca, siempre van a haber aspectos negativos, pero si nos quedamos en eso nunca vamos a avanzar.

Sacarle la vuelta a las cosas me ayudó un montón en mi formación. Cuando salí de la Ensad no me tocó empezar a diseñar en grandes espacios, sino en espacios pequeños, con luces que eran las mismas luces que tenía la escuela. Eso es lo que te enseña el profesionalismo. A Mario, por ejemplo, yo lo he visto creando en teatros muy grandes, haciendo diseño con cien luces, y luego en otros teatros, con pocas luces,  poniendo los tachos de luz abajo en el piso para poder crear igual un espacio. El teatro es eso, aprovechar las materialidades que hay en el momento. Yo rescato mucho eso; me sirvió un montón porque ahora cuando voy a un espacio y me dicen “pucha, solo tenemos estas luces”, bueno pues, vamos, trabajemos.

Si bien hoy se ven mejoras en el aspecto técnico, en el caso de la especialidad de Escenografía, me gustaría que a futuro los beneficios académicos y oportunidades sean más transversales a todas las carreras porque Escenografía es una de las que todavía sigue invisibilizada, siendo la única que existe en Lima y en el Perú.

Algoritmos, danza y visuales interactivos, obra dirigida por Natalyd Altamirano y Sandra Castro Pinedo. Exteriores de la Ensad & Festival Andanzas en el ICPNA de Miraflores, 2013. Fotografías de Paul Mayca.

Creación y profesionalismo

Si bien es cierto que todavía hay algunos lenguajes donde se ven estos matices de utilizar cálidos y fríos, en los últimos años ha existido un poco más de riesgo al realizar las luces. Algunos diseñadores que conozco utilizan más el color, lo que me parece muy interesante. Carmenrosa Vargas, por ejemplo, es una diseñadora muy capa, tiene un trabajo tan espectacular con la temperatura del color que es para analizarlo, hasta podrías hacer una tesis, lo tiene muy bien implementado; ella también hace cine, eso le da mucha apertura, creo que es una persona arriesgada con un trabajo muy chévere. Lucho Baglietto es otro de los buenos diseñadores que también arriesga, que me gusta.

Creo que si algo ha ido evolucionando en el lenguaje de la luz es el tema del color y el riesgo que se están tomando diseñadores como ellos. También es cierto que los diseñadores vamos de la mano con los formatos escénicos. Últimamente por ejemplo, se veía más teatro físico, el cual implica más movimiento y por ende luces que predominen en ese sentido. Eso creo que ha cambiado, hay un poquito más de riesgo en color y en dinamismo.

Con respecto a los procesos creativos creo que cada diseñador tiene que buscar su propio proceso, eso es inevitable. Lo que sí debe estar muy presente, porque como técnico me he topado con diseñadores que todavía escasean de esto, es el profesionalismo, que se vincula a dos cosas que para mí son muy importantes: el nivel técnico y el nivel creativo, ambos deben estar siempre presentes en el teatro y sobre todo en el diseño de iluminación.

Puedes ser lo más creativo posible cuando llegas a un espacio, pero si tienes un nivel técnico bajo esas ideas no se van a materializar. Si no sabes cuántas luces tienes que utilizar o cómo utilizarlas, con cuánto de carga, con qué filtros, si no llegas con tus filtros o con una planta de luces, ni tampoco tienes claro con cuántas vías de montaje vas a trabajar, entonces tu nivel creativo no tiene sostén, se va al tacho y nunca vas a llegar. Por el contrario, si eres muy técnico y no tienes todavía ese lado creativo, que se va fortaleciendo porque todos lo tenemos, pues llegarás con mucho tecnicismo pero esa visión rígida no va a dejar que el diseño funcione.

Entonces creo que esas dos cosas tienen que estar ligadas. Más allá de cualquier proceso creativo debe haber un profesionalismo que vaya del lado técnico y también del lado creativo, tal vez uno puede estar más presente que el otro, pero para mí tienen que estar casi parejos para poder desarrollarse.

Äther (Éter), pieza de danza con la dirección de Úrsula Cazorla. Auditorio Central de la Universidad de Lima, 2019. Fotografías de Luis Fernando Sánchez.

Naturalezas del diseño de luz

Los procesos creativos o los métodos de trabajo, en mi caso varían según la naturaleza de la obra. Si se trata de una obra de texto parto del texto, pero principalmente yo prefiero empezar a diseñar cuando la obra ya está ensamblada; quiero ver la locura que se ha metido el director, con todo lo que ha pensado, para poder trabajar y ver cómo puedo iluminar. Porque con el texto me puedo imaginar diez mil cosas, pero yo quiero trabajar con lo que ha hecho el director y que él me dé los alcances.

Ahora, si me toca hacer una obra de teatro físico con poco texto o con nada de texto, ahí mi proceso cambia. Desde el inicio tengo que ir empapándome de algunas ideas, o ir buscando qué imagen quiere resaltar el director. En algunos otros casos tengo que ver casi todo terminado, por ejemplo en la danza, donde yo he hecho mucho diseño. ¿Cómo trabajas en danza si no hay ningún texto que te dé ningún pie? Las temporadas de danza generalmente no son muy largas, la mayoría de veces te contratan para el diseño y también para que manejes las luces; si ese es el caso, debes aprenderte la pieza de memoria. Por eso digo que son procesos creativos diferentes.

El diseño también se relaciona a cómo vas abordando el teatro desde distintas disciplinas. La obra Los inocentes tiene mucho de teatro físico, es algo más arriesgado en comparación a lo de Teresa Raquin, que es un teatro cien por ciento de texto clásico. Y por otro lado está el diseño de la pieza de danza contemporánea Éter, dirección de Úrsula Cazorla, que hice el año pasado con la Universidad de Lima. Es muy diferente hacer diseño de luces para danza que para una obra que podría llamarse naturalista o una obra de teatro físico, es muy diferente. Como diseñador de iluminación creo que es favorable manejar esa versatilidad, te llamen para una cosa o para otra.

Por eso digo que en esto de diseñar luces el proceso creativo va variando, la naturaleza de cada obra determina una forma diferente de trabajar, no puedes tener nada preestablecido. Lo que sí hay son ciertos bagajes culturales y técnicos que has ido aprendiendo con el tiempo, el tecnicismo de saber qué color va acá, cómo lo voy adaptando, cómo voy a utilizarla esta luz aquí. Es decir, ante todo, el profesionalismo.

Los inocentes, pieza teatral basada en la novela de Oswaldo Reynoso, adaptada y dirigida por Sammy Zamalloa. Teatro Roma Ensad, 2018. Fotografías de Prin Rodríguez.

Dibujando sobre el escenario

En la obra Los inocentes, por ejemplo, más allá de la historia que conocía muy bien, me enfoqué en cómo estos personajes manifestaban sus momentos íntimos. Y por eso le creaba a cada uno un color diferente, porque eran como monólogos. Cuando Colorete se queda solo, después de que todos se han burlando un poco de él, se da cuenta de por qué lo llaman Colorete y de que esa chica que a él le gusta no lo puede apreciar. Todos tenemos esa cosa de amar, ¿no? Él se queda solo y ahí hay un color. Además, la dinámica del montaje era tan ágil para representar la historia que crear una iluminación para cada cuadro era como aturdir al espectador, por eso me centré en los momentos íntimos de los personajes, eso era lo que a mí me interesaba para diseñar así que fuimos hablándolo con el director.

Como era algo de teatro físico, los actores y el director Sammy Zamalloa iban armando momentos; desde el principio él tenía esa facilidad de ir construyendo los textos, algunos se quedaban casi en monólogos, era lo más interesante. Yo ya había leído el texto y me encantaba, pero ver cómo varió la novela original hacia lo teatral, para diseñar en escena, ya es totalmente diferente. Entonces, el trabajo con Sammy fue ir viendo pieza por pieza la creación de ese mundo. Eso se va dando, el director te va sugiriendo algunos colores, momentos, algunas esencias. Con Sammy fuimos viendo cada cosa, el nivel técnico del espacio, a qué nos aferrábamos en contar en la historia; lo íbamos hablando, acá se queda solo, acá me gustaría una gran línea en esta recta y que por acá se sienta el calor abrasador. Es como ir metiéndote en la cabeza del otro.

Las directoras de Algoritmos, Natalyd de Altamirano y Sandra Castro, aquella vez me dijeron “nosotras  queremos líneas”, pero una línea no es una línea nada más, las líneas tienen profundidad y tienen grosor. Al final, fuimos armando pequeños cuadrados que se iban juntando, y así se iban formando líneas. Mis procesos con esos dos montajes fueron diferentes. Sandra y Natalyd me indicaron las líneas, dejaron con mucha confianza que lo resuelva creativamente; en cambio, con Sammy  fuimos hablándolo poco a poco y viendo cada momento.

Lo que te brinda el espacio también es importante, cada espacio te da algo diferente. Por eso sirve mucho el nivel técnico que manejes, ya que puedes meterte la volada de tu vida y querer crear diez mil cosas, pero quizás el espacio solo te da para cincuenta, entonces con eso tendrás que trabajar para distribuir la luz como mejor se pueda. Podría mencionar a manera de ejemplo el diseño de luces que hice para Personas no humanas, una obra que se realizó en El Galpón Espacio.

Personas no humanas, obra del dramaturgo Daniel Amaru Silva dirigida por Rodrigo Chávez. El Galpón Espacio, 2017. Fotografías de Rogger Vergara Adrianzén.

El teatro en tiempos de pandemia

Los que hacemos teatro tenemos que adaptarnos al momento y ver la forma de dar alguna solución a las circunstancias. No sé si los técnicos nos lleguemos a alejar tanto de los actores en el sentido de que también podemos ofrecer y recibir talleres virtualmente. Hay programas que te permiten bajar una consola de luces, para ir armando y diseñando cada cosa en la computadora. De hecho, conozco algunos diseñadores que ya realizan así sus trabajos: diseñan en casa, luego van a las salas teatrales y lo aplican. Entonces, así se pueden estar dando talleres de iluminación.

Hay que encontrar la manera de seguir creando, hasta que se vuelvan a abrir las salas de teatro. Quizás la primera medida sea buscar espacios alternativos o esas mismas salas de teatro, para hacer obras de tres personajes nada más. Grabar y ya tenemos un producto. O crear monólogos, danzas con solo dos personas, stand up comedy nuevos, etc. No va a ser lo mismo, pero ahí está la reinvención creo yo. Y aun así, cuando se reactiven las salas, veremos cómo está la ciudadanía, porque ¿cómo hacemos para que estas personas vuelvan a ir al teatro?

Hace algún tiempo leí el artículo de una amiga llamada Carolina Christen, “Las industrias culturales: ¿una posible cura ante el COVID-19?”, que hablaba de este lado social del arte y a cuestionarnos el momento que estamos viviendo. Lo social alberga el aspecto de la lucha, pero no tiene que ver solamente con lo aguerrido que uno pueda ser, lo social también va ligado a la esperanza, a la unión, a la comprensión, se vincula con lo intelectual, con lo espiritual. El ser humano se aferra a eso, y el teatro le puede dar eso. Si antes teníamos que llamar a la gente para que viniera a las salas teatrales, ahora vamos a tener que ir a sus espacios, que se van a convertir en el espacio cotidiano durante esta época. Y más adelante volver al teatro itinerante. Qué pasa si ponemos una obra de teatro para que la gente pueda observar desde sus balcones o sus techos. Vas haciendo obras de 30 minutos y vas avanzando y así vas creando espacios de trabajo, mientras la gente no pueda ir al teatro. Hay maneras que tenemos que reivindicar, pero eso será mucho más adelante.

Cuando se ofrece una obra, esa conexión con el espectador genera una catarsis, eso también podemos lograrlo, porque no hay nada más esperanzador que transportarte en un momento, como lo hace el teatro, a algo que puede ser un sueño. Volvamos a eso, volvamos a crear nuevos personajes, por ahora será por medio digital, pero más adelante se pueden hacer cosas muy interesantes, hasta circo. Y allí tendrás que llamar a técnicos también para que implementen espacios y nos daremos la mano.  Hay muchas ideas que pueden salir. Lo importante es no dejar de albergar al público en lo esperanzador.

Alguna vez fui a un evento de mi amigo cuentacuentos Pepe Cabana Kojachi, que hace teatro Kamishibai. Este tipo de teatro surgió en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Los artistas escénicos no tenían trabajo en ese momento, lo que hacían era vender dulces y cuando terminaban de vender ponían un teatro de madera y te contaban una historia con personajes de papel. Esto empezó desde el centro de Japón, así comenzó a fortalecerse, cada uno desde el teatro. Y ahora nos está pasando a todos porque estamos viviendo una guerra. Creo que así como nació el teatro Kamishibai, así también deben nacer más cosas, vamos a tener que volver a crecer desde ese centro.

El teatro itinerante recuerda a la comedia del arte, que se transportaba con esos carromatos antiguos, pero sería otra cosa verlo hoy con los alcances tecnológicos que tenemos ahora, y no solo verlo en Lima, sino en provincias. Esto nos ayudaría a reivindicarnos en muchas cosas, como no ser un país centralista, por ejemplo, porque hay muchos grupos en Tacna, en Trujillo, contándonos sus historias, y las primeras historias que se generaron fueron las historias de los pueblos, todas esas historias están como para enseñarnos. Hay mucho material para trabajar allí.

Por último, aprovechemos esta situación para tomar una pausa, revisar lo que hemos hecho, de todas maneras, y replantearnos. Y en lo posible darnos la mano. Al final le daremos una gran vuelta a todo esto, para ir resurgiendo hasta volver a lo que teníamos antes, pero esperemos que siempre con mejores condiciones.

Cristiano Jara

Perú

Especialista en diseño de iluminación de teatro y danza contemporánea. Egresado de Diseño Escenográfico de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático. Ha llevado los talleres Fundamentos de la dramaturgia del espacio con Ramón Grifero (Chile), Marionetas y Cine con la compañía Manual Cinema (Estados Unidos) y Procesos de Creación Colectiva, Comunitaria y Búsqueda Teatral, con Mayukeika Teatro (México). Ha diseñado luces para diversas obras de teatro como El hombre intempestivo, dirección de David Carrillo; Contra el viento del norte, Santiago Pedrero; Taller de reparación, Diego Lombardi; Carnaval, Mirella Quispe Ramos y Renzo García; Los Inocentes, Sammy Zamalloa, entre otras. También ha iluminado piezas de danza contemporánea como Äther (Éter) dirigida por Úrsula Cazorla. Asimismo, ha trabajado como técnico y diseñador del Centro Cultural de la Universidad de Lima.

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«La materia me habla»

Azul Borenstein

Una inclinación natural hacia la plástica

De chiquita era la que dibujaba todo el día, así me decían, siempre me emocionó mucho el color; recuerdo la sensación de apropiarme de lo que me emocionaba cuando dibujaba. A mi mamá le pedí hacer pintura, ella enseguida me contrató unos cursos, hasta llegué a ganar unos premios. Fue una inclinación natural hacia la plástica porque en mi familia no había ningún artista plástico ni actor, ella daba clases de piano y mi papá era comerciante. Ya un poquito más grande me di cuenta de que el teatro me conmovía enormemente. Al terminar la secundaria, mi mamá, que sabía que yo iba a querer seguir bellas artes o alguna carrera afín — y creo que por influencia de mi papá, tratando de que no—, me propuso hacer un curso de orientación vocacional que me dio como resultado la carrera de escenografía, fue clarísimo. Lo que yo quería era un lugar donde las artes confluyeran y donde se abordara la creación en grupo. Quería vivir en nuevos universos de ficción y belleza.

Buenos Aires tenía dos escuelas nacionales, es decir que no eran privadas. Una era la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, con las carreras de pintura, escultura, grabado, pero no existía allí escenografía como carrera de grado. La otra escuela era Ernesto de la Cárcova donde sí existía escenografía pero solo como posgrado, lo que significaba que tomaban examen de ingreso. Como yo quería escenografía, rendí aquel examen e ingresé, y es así que mis estudios los realicé en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova.

Mi formación en París fue muy diferente a la de Buenos Aires, pero ambas escuelas se complementaron sin pisarse. En Buenos Aires se trató de una escuela de bellas artes (que hoy es Universidad Nacional de las Artes, U.N.A.), de formación clásica. Leímos muchísimas obras de teatro, dibujamos a mano planos y bocetos de color de todos los estilos, hicimos maquetas, estudiamos historia del arte, la cultura y el teatro, iluminación, vestuario; se contaba también con formación para hacer cine y TV.

La escuela de Jacques Lecoq es todo lo contrario, es un laboratorio de experimentación: el saber se revela desde la experiencia y se vive constantemente un estado de desequilibrio donde uno va tras un descubrimiento; y es muy interesante porque no tiene nada que ver con lo teórico ni con lo técnico, no nos dieron para leer ni un libro y nunca nos explicaron cómo hacer un plano, pero sí hay una experimentación que va tras poder sentir y pensar la escena como una composición plástica total, lo que tiene que ver un poco con romper la noción compartimentada de actor/ escenografía/vestuario.

Un ejemplo de esto es el personaje de Próspero que diseñé para una versión libre de La tempestad de Shakespeare. Próspero es como el gran mago del universo, quien genera la tempestad para vengarse de haber sido traicionado. Entonces, de unos plásticos reciclables muy livianos, con los cuales había hecho una experimentación, le diseñé un vestuario circular de 9 metros de diámetro que cabía justo en el escenario; cuando giraba era el personaje, era la escenografía porque era el océano, que tenía detrás un barco y títeres, también transparentes, de los espíritus de los marineros muertos que caminaban por ese torbellino, y al mismo tiempo también era el vestuario. Era las tres cosas. Próspero es un ejemplo donde se propone una dilución entre los compartimentos actor, escenografía y vestuario.

Una cosa más de Lecoq es que trabajamos realmente en función de la belleza del movimiento. Siento que la belleza es una de las cosas que atraviesa lo que hago, procuro buscarla siempre. Me interesa menos una escenografía funcional e ingeniosa, pero sí me interesa la belleza. La materia es otra cosa que me interesa mucho también, sobre todo la investigación de la poética de la materia.

Proceso exploratorio de Tempeste, obra basada en La tempestad de William Shakespeare. Dirección, coreografía y dramaturgia de Pepe Márquez. Concepción visual, escenografías dinámicas y vestuarios manipulables de Azul Borenstein.

Tempeste, una versión libre de La tempestad

Con Pepe Márquez en la dirección coreográfica, y yo a cargo de la concepción visual, nos propusimos hacer una versión absolutamente libre de La tempestad de Shakespeare. ¿Eso qué quería decir? Que no empezamos con una premisa en cuanto a qué genero íbamos a realizar. De hecho la gente de prensa nos preguntaba “qué hacen”, y nosotros respondíamos “danza-movimiento con escenografías y vestuarios dinámicos marionetizables”. Sonaba rarísimo, y nos pedían “por favor, algo más corto y que la gente entienda”. Y no sabíamos cómo describir dentro de un género lo que hacíamos. Al final le hicimos una descripción que era graciosa: “Teatro Físico y danza con marionetas, cuerpos imposibles y escenografías dinámicas”.

Nuestra premisa fue crear desde lo que se pudiera marionetizar, queríamos que todo estuviera vivo. Por eso me interesó mucho el trabajo de Pepe Márquez, porque venía del mundo de los títeres. Él iba a saber mover las escenografías que yo necesitaba que los bailarines manipulen en un escenario vacío. No usé cosas clavadas al piso o que entraran con rueditas ni bajaran de parrilla, me gustaba la idea de que las cosas se manipulen y fueran efímeras. Lo que más nos conmovía en esta obra, nos fuimos dando cuenta, era la manera en que hablaba de cuán efímera es la vida, de cómo las cosas están y son, y cómo dejan de estar y ser.

Comenzar por la materia

En esta obra empecé por la materia, algo que hago bastante, creo que ahí radica una de mis líneas estéticas principales. Comencé a sentir, por ejemplo, que el plástico traslúcido y liviano tenía totalmente que ver con esa sensación, era algo que apenas existía y tenía peso, algo que  apenas se veía pero según como le daba la luz brillaba mucho, y me parecía muy hermoso. Entonces, el proceso fue así, empecé a investigar la materia con enorme emoción. Me di cuenta también de que la forma abstracta me conmueve muchísimo; en escenografía me gusta usarla bastante porque hace partícipe al espectador mucho más que cuando se le brinda una forma totalmente definida.

Fui directo al plástico en este caso porque la materialidad de la tela añadía una opacidad y un peso que no me gustaban. Y además, ahora que me acuerdo, porque ya tenía uno de estos plásticos bien livianitos que una amiga me había traído de Francia, un par de años antes. Ella también estuvo en la escuela de Lecoq; en aquella ocasión vino a visitarme y me encantó lo que me trajo: “hay que hacer algo con esto”, dije. Entonces, la materia llegó con dos años de anterioridad. Y así como los escritores guardan sus ideas en un papel, digamos, yo guardé el material en un cajón y lo volví a sacar cuando Pepe me propuso hacer esta obra. Acepté justamente porque quería experimentar con esa materia, su misma naturaleza me permitía explorar la abstracción en la escenografía y esta des-limitación de vestuario con escenografía con actor. Y me permitía también experimentar mucho con la luz.

Empecé a investigar, a probar todos los plásticos livianos para usarlos de alguna manera poetizando el agua y quizás el tiempo. Lo efímero de la vida que me estremece. La verdad es que agoté todo lo que pude encontrar en Buenos Aires. Me obsesioné, me enamoré tanto de esa materia que empecé a pedir a amigos de todo el mundo que me envíen plásticos o polipropilenos livianos, lo que encontraran en sus países. Fue muy gracioso, me mandaron cajas desde Chile, Suiza y Francia. Así llegaron unos que me fascinaron pues realmente los hacías flotar y tardaban mucho en caer al piso, era mágico. La gente en la platea se quedaba con la boca abierta suspendida en el tiempo, mirando cómo esa materia abstracta caía, creo que la materia fue más protagonista que los mismos bailarines. Nadie entendía ni siquiera qué era, porque finalmente la materia se diluía tras la luz, lo que uno veía eran reflejos y colores, no se terminaba de notar qué materia estábamos usando.

Visualmente dio muy hermoso. Trabajamos casi dos años en ese proyecto, en una producción independiente, o sea que no solo no nos pagaban sino que además poníamos de nuestros ahorros para producir la obra. Al final, estuvimos en un teatro lindísimo, con una buena técnica teatral; ganamos premios por el vestuario, la coreografía, la música, nos fue muy bien, la verdad. Por supuesto no son obras de una cantidad de público enorme, sino más bien muy experimentales. Dentro de ese ámbito más artístico y teatral, la obra tuvo muy buena acogida.

Tempeste se estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires, Argentina, el año 2012. Fotografías de Martin Halliburton.

Teatro para bebés

La maternidad me ha inspirado la obra Flotante. Antes me habían propuesto hacer teatro para bebés pero no acepté por prejuiciosa, pensando que no se podía hacer nada para un bebé. No le había prestado atención ni me había interesado hasta ese momento.

Flotante surgió viendo cómo mi hijo Camilo iba encontrando materiales en mi casa, sobre todo dentro de mi taller donde jugaba. Le fascinaba la materia abstracta; si le ponías un juguete, luego de un tiempo se aburría. Pero claro, cuando encontraba un pedazo de papel espejo en el piso era un juego al infinito, lo mismo con hojas de papel de colores que yo misma partía o tiraba al piso, y cuánto podía jugar con el papel, era alucinante. Entonces me di cuenta de que sí se podía hacer teatro para bebés y además tuve el deseo de hacer una obra para él, en la que pudiera entrar, tocar y ser el protagonista. Porque me pasaba que lo llevaba a los estrenos de mis otras obras y él no quería estar en la silla, no le gustaba estar ahí mirando solamente, mi hijo siempre fue muy explorador,  entonces cada vez que lo sentaba en la platea se iba directo al escenario, quería estar allí. 

A esto se sumó que hace tiempo tenía ganas de trabajar con Natalia Chami, que venía como yo de hacer la escuela de Jacques Lecoq. Varias veces también nos habíamos cruzado sin poder concretar lo de trabajar juntas. La llamé y le propuse la idea. A Nati le encantó, ella justo tenía unos sobrinos mellizos de dos años de edad, Camilo tenía un añito, “¡juntémonos con los chicos a jugar!” dijimos. Así fundamos la compañía y fuimos creando Flotante. Nati venía de hacer teatro site-specific y teatro inmersivo para adultos, yo venía de investigar la materia liviana. En un sentido, Flotante tiene que ver con las experiencias anteriores de ambas, con compartir nuestra pedagogía de origen y muchas otras sensibilidades. También se relaciona con Tempeste, siento que hay una continuidad de alguna manera en la poética material.

La primera reunión que tuvimos fue una tarde de lluvia tremenda en Buenos Aires. Vinieron Nati y los sobrinitos a la casa y jugamos toda la tarde con diversos materiales, entre los cuales justamente encontramos un globo con el que surgió la idea del helio. A la semana siguiente compramos algunos globos con helio, probamos atarles cosas para ver qué sostenían. Luego hicimos una investigación larga hasta cerciorarnos de qué cosas flotaban, qué cosas no flotaban y por qué. Y así se fue armando, un poco jugando con los chicos, con el deseo de hacer una instalación inmersiva y efímera. Flotante es un espacio abstracto, algunas personas dicen que es el fondo del océano, otros dicen que es el espacio; otros, que un útero. 

Proceso de montaje de Flotante. Instalación sensorial para bebés y niños pequeños de Azul Borenstein y Natalia Chami.

Aplicamos a subsidios que por suerte ganamos para poder empezar. Las primeras funciones las hicimos de manera independiente en la escuela de unos amigos como para probar, pues no había mucho cómo ensayar Flotante, necesitábamos a las personas que eran los protagonistas. O sea, hay una rutina de una claun que dura siete minutos y diferentes intervenciones, pero sin los niños casi no hay ensayo, cada función es distinta porque la dinámica la genera la gente. Fue hermoso ver eso en diferentes culturas, cada función es diferente siendo el público protagonista de la obra. Aquella vez armamos una página para vender las entradas, al revisarla no estábamos seguras si algo andaba mal porque todo estaba vendido, ¡todo se agotaba! Es un fenómeno Flotante, en ese momento no lo podíamos creer, luego siguió dándonos sorpresas.

Lo que sucede en escena es muy impresionante, un bebé de un año juega y se emociona con el color, aprecia la belleza, le gustan los brillos, los espejos, ver las cosas desde diferentes ópticas. Los bebés disfrutan el experimentar la materia, allí es donde admiras cuán felices y presentes están. Además que apostamos por un espacio de absoluta libertad y juego, sobre todo porque no hay nada que no puedan hacer o que no puedan tocar, nada es peligroso, entonces la libertad es total. En cuanto a la familia, ya no se trata del encuentro cotidiano, es otro encuentro el que se da entre los padres y los chiquitos en un universo completamente nuevo, eso también es muy emocionante.

El público de Flotante se renueva constantemente porque siempre hay más bebés. Hasta antes del coronavirus tuvimos cuatro años con bastante éxito de funciones estables en Buenos Aires. El año pasado, junto a Verdever que es nuestra productora internacional, tuvimos la hermosa suerte de que nos invitaron a participar en un festival en China, en Macao. También fuimos a Corea, a otro festival de títeres, con el título muy simpático de “títeres de aire”. Antes estuvimos en un festival en Chile, otros festivales internacionales en Buenos Aires y también en Lima, en el ICPNA. Flotante de verdad que fue una experiencia muy feliz que queremos mucho, ahora esperamos estrenar en cuanto sea posible la próxima experiencia de la compañía que se llama Tropical.

Flotante. Instalación sensorial para bebés y niños pequeños de Azul Borenstein y Natalia Chami. Imágenes del estreno en Lima, una co-producción de Teatro La Plaza y el Gran Teatro Nacional, marzo del 2019. Fotos: cortesía de Azul Borenstein.

Cuerpos imposibles

Es un tema que a mí me apasiona. En Lecoq vimos que cada personaje tiene una manera particular de ser y desplazarse, de alguna manera estuvimos revelando desde la experiencia del trabajo y del movimiento cómo el cuerpo cuenta el espacio. Por cómo camina un personaje sobre el escenario deberías poder darte cuenta si está caminando en un espacio cerrado o en una playa, por ejemplo. Entonces, hay algo en esto de que el cuerpo puede transformarse y contar el espacio que habita, que a mí me interesa mucho.

Próspero se vuelve un cuerpo imposible cuando él mismo es el océano. A mí me interesa contar la historia de esa manera, no me interesa contar que hay un océano afuera. El deseo de venganza era tan inmenso que él mismo se convertía en esa venganza, la cual estaba poetizada por el océano. Hay una clara metáfora allí, plasmada a partir de la materia y su estrecha relación con el movimiento y el cuerpo del actor o bailarín.

Encontramos otro ejemplo en el personaje Calibán, este ser salvaje que habita la isla. Nos dimos cuenta que con un solo cuerpo humano no nos alcanzaba para contar esa manera de ser salvaje, entonces juntamos a dos bailarines para que todo el tiempo estuvieran pegados desde la parte del ombligo, digamos; del Tan Tien se diría en chino. Así generamos otro tipo de movimientos que dieron lugar a una especie de bicho extraño, logramos un cuerpo imposible en cuanto no tenía nada que ver con un cuerpo real, ni siquiera con un monstruo tal cual lo imaginamos, sino que creamos otra posibilidad de cuerpo. A este personaje, además, le sumamos una máscara de dos metros de largo hecha con bambú.

Escenografías dinámicas y metaforización del dolor

La noción de cuerpos imposibles está bastante ligada a la noción de escenografía dinámica. Próspero es una escenografía dinámica y también manipulable al momento de desatar esa tempestad. En el caso de su hija Miranda, por poner otro ejemplo, hubo que escenificar el dolor. Ella y Fernando se corresponden, pero Próspero tortura al muchacho ordenándole realizar unos trabajos terribles como prueba de su amor; Fernando padece en ese hacer, entonces Miranda sufre. En el sentido de esencializar los espacios, algo con lo que yo trabajo que no tiene que ver con describirlos ni narrarlos sino con ir a la esencia de ese espacio, sentía que el espacio de esa escena era el dolor, originado por la posibilidad de perder al ser amado o verlo sufrir. Me pregunté a mí misma cómo cuento el dolor en el espacio. No tenía ganas de contar la isla, las palmeras ni ninguna narrativa. A mí lo que me interesa más bien es lo contrario, la dinámica, la esencia de las cosas, no su realidad.

Me animé a que el personaje de Miranda llore y que esas lágrimas sean el total del espacio. Le armé un cuello de alguna manera isabelino pero quizás también futurista, muy de ficción; de ese cuello salían unas lágrimas de plástico finito transparente que pasaban por su máscara, se extendían hasta el piso y eran manipuladas por seis bailarines, hasta después entrar otras de una escala mucho más grande que se expandían por todo el escenario, entonces esas lágrimas ocupaban el total del escenario, como si se extendiera de su cuerpo el dolor. Se trata de un momento de escenografía dinámica que también puede ser un cuerpo imposible.

La escena fue muy bella, las tiras de plástico liviano y traslúcido brillaban intensamente, para mí esa era la metáfora del dolor, ella solo lloraba, en ese espacio. Creo que cuando uno sufre mucho no sabe ni donde está, no hay un lugar, es el no lugar del dolor; por eso surgió esta abstracción. Eran tiras que se movían en el aire que eran el movimiento del dolor mismo, y ahí también hay algo de un cuerpo imposible, de un cuerpo que se vuelve dolor, que pierde lugar y que se transforma.

Cuerda. Unipersonal de clown de Wendy Ramos con la dirección de Nishme Súmar. Escenografía, objetos y vestuario de Azul Borenstein. Se estrenó en el Teatro Pirandello el año 2013. Fotos: archivo personal de Azul Borenstein.  

Procesos creativos

Algo muy particular de mi manera de trabajo se relaciona con que la materia me habla. O sea, muchas veces empiezo por la materialidad de las cosas. Lo primero que hago es plantear si la obra a desarrollar es en papel, en cartón, en plástico translúcido, en telas, qué tipo de telas, ¿son rústicas, son livianas? Creo que mis primeras sensaciones tienen que ver con la materia y con algo que me interesa muchísimo, algo esencial del teatro: la síntesis. A mis alumnos siempre les digo que cuando se encuentran frente a una imagen con una cantidad amplísima de colores, esta misma imagen la pueden ver en dos colores y darse cuenta de que así adquiere mucha más fuerza. Entonces, la síntesis es un trabajo de búsqueda muy interesante. En cambio, si vas a usar muchas materias, madera, hierro, tecnopor, plástico, papel, todo, pues se parece demasiado a la vida cotidiana.

Después de la materia, trabajo mucho la mimo-dinámica, método de la pedagogía de Jaques Lecoq que contempla abordar un texto desde la sensación esencial de movimiento. Si en la escuela De la Cárcova aprendimos a abordar un texto a partir del concepto, el análisis de texto, la sicología de los personajes, es decir una aproximación analítica y cerebral, con la mimo-dinámica el texto se aborda desde un lugar de sensaciones, de percepción de movimiento, de cómo se mueven los personajes o cómo se mueve un espacio. Se aborda desde un lugar esencial. Esa “tempestad”, por ejemplo, ¿tiene velocidades rápidas o lentas?, ¿tiene más claridades o más oscuridades?, ¿qué pesos tiene, qué colores, qué tipo de luz?, ¿es una luz estable o una luz intermitente?, ¿es fría o cálida? Son datos que uno va obteniendo desde el poner a mover el cuerpo propio. Entonces, yo encaro bastante las cosas desde el movimiento, leo un texto y después me tomo unas tardes para moverme. Y ahí empiezo a sentir por dónde ir. Creo que es un canal que te direcciona más fácilmente hacia un lugar mucho más poético y personal. La danza contemporánea, danza butoh y las artes marciales como Tai Chi, Pa Kua y Kung Fu, que realicé durante varios años, muy probablemente aportan a este tipo de proceso creativo, como una formación física que refuerza lo expresivo del cuerpo.

Creo que mis propias producciones, con mis compañías Tempeste y Flotante, son de las más complejas que he trabajo creativamente hablando. Tempeste nos llevó dos años, teníamos un galpón grande que un amigo nos prestaba; el equipo de escenografía éramos ocho personas que siempre estábamos mejorando la utilización del material, hacíamos los frunces, lo pegábamos, era muy difícil de pegar, tampoco se podía coser, tuvimos que buscar unas varillas largas que no se quebraran pero que se pudieran curvar aunque no demasiado. Fue un trabajo de mucha precisión con la materia donde casi no dibujé porque todo se hacía en el lugar de ensayo. Ese proyecto fue muy complejo técnicamente. Y Flotante también, pues con respecto a los materiales de las instancias lúdicas que los bebés iban a tener a mano, tuvimos que encontrar cosas que sean durables, que no se ensucien mucho, que sean seguras, que se transformen con la luz y que interesen desde los 6 meses hasta los 4 años que es todo el rango etario de la obra. Son exploraciones muy largas.

A quienes estudian escenografía y trabajan en la escenografía, me gustaría decirles que peleen siempre por tener las producciones que puedan defender los tiempos auténticos de investigación. Me gustaría mucho que los tiempos no sean los que propone el mercado, donde normalmente se realizan producciones de solo 3 o 4 meses.

El teatro en tiempos de pandemia

Me gustaría que se respete y se honre la naturaleza de este planeta tan bello, que es nuestra casa. Creo que eso es lo primero que debería empezar a regularse, los organismos que posean esa competencia deberían empezar a poner límites a la manera de afectar lo que tenemos.

El consumismo es un sistema que evidentemente está en crisis y ojalá que esta sea su última etapa. Desde un montón de lugares y facetas nos ha mostrado que está quebrado, ya no funciona, la desigualdad es enorme, el planeta está siendo devastado, siguen las guerras, los refugiados, y los valores que rigen la vida contemporánea son equívocos. Entonces, mi deseo es que surjan nuevos paradigmas, aunque no me queda claro todavía quién los va a proponer.

La pandemia armó una pausa que al principio me costó mucho sobrellevar, pero también me ha servido para enfocarme en la docencia. Me he dedicado a repensar y rediseñar mis laboratorios de dirección de arte, escenografía, vestuario, que están yendo muy bien. Además, estoy preparando un espectáculo para el aire libre que de alguna manera tiene raíz en la pandemia, si bien la pandemia no es su tema. Siempre he soñado en hacer algo con el mar de fondo y creo que ha llegado el momento. La obra visualmente va a ser muy llamativa, estoy pensando en usar el protocolo, o sea la distancia entre los espectadores, como parte de la narrativa espacial, para no sentir ninguna de las limitaciones de la vida actual en este nuevo y bello universo, en el cual los espectadores serán parte esencial.

Azul Borenstein

Argentina

Escenógrafa, vestuarista y directora de arte. Realizó sus estudios en L’École Internationale de Théâtre Jacques Lecoq en París y en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova en Buenos Aires. Trabaja en teatro, danza, circo, ópera, cine y televisión tanto en Argentina como en el exterior. Ha sido galardonada con variados premios y distinciones por sus diseños y ha dictado laboratorios y conversatorios para artistas en diversos festivales internacionales. Explora la poetización de la materia y la delimitación del actor/escenografía/vestuario. Entre sus últimas obras se encuentra Flotante (2016), creada junto a Natalia Chami, experiencia sensorial para la primera infancia con la que viajan a China, Corea, Chile, además de presentarse en el Gran Teatro Nacional en Lima y presentarse hasta el 2019 en Buenos Aires.

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Diálogos 4 Testimonios

«Las luces tienen mucho de matemáticas»

Carmenrosa Vargas

Una mujer haciendo luces

Cuando regresé de Brasil, donde había estudiado una maestría de especialización en luces, empecé a buscar trabajo y no encontraba. Esto fue hace aproximadamente veinte años, en esa época el cine y la televisión eran medios muy diferentes a lo que conocemos ahora. El nivel de producción recién estaba comenzando a fortalecerse. Yo tenía pensado trabajar allí, aplicando todos los conocimientos de la luz y saberes técnicos que había adquirido, pero siendo círculos todavía tan pequeños e incluso cerrados, que se movían casi solamente por contactos, fue prácticamente imposible comenzar por ese lado. El hecho de ser mujer complicaba un poco más las cosas, además, porque no existían mayores referentes femeninos para este tipo de trabajo, y el prejuicio era mayor.

Por estos caminos no tan azarosos llegué al teatro. Me enteré que Mario Ráez estaba ofreciendo un taller de luces, obviamente orientado al teatro, y me inscribí. De hecho, Mario Ráez ha realizado una importante y amplia escuela a lo largo de todos estos años, creo que somos muchos los diseñadores de luces quienes lo tenemos como maestro. Después del taller comencé a trabajar con un amigo director que hacía teatro para niños,  me desempeñé desde luminita hasta ya con el tiempo ponerme a diseñar. Este amigo director empezó a recomendar mi trabajo y a contactarme con otros hacedores teatrales, y así continúe hasta ahora.

Mi encuentro con las luces, por así decirlo, surgió mucho antes que mi encuentro con el teatro. Dentro de la carrera de Ciencias de la Comunicación, en la Universidad de Lima  que es lo que estudié, la formación naturalmente está orientada a lo cinematográfico: tienes que aprender a agarrar una cámara, a plantear una determinada fotografía, un plano, etc. Recuerdo que estaba en los últimos ciclos, en un curso llamado Fotografía e Iluminación —no había muchas chicas inscritas en este curso pero a mí sí me interesó—, y en una de las clases nos hicieron ver un documental, que siempre se lo recomiendo a mis alumnos, que se llama Visiones de Luz (Visions of Light) sobre la iluminación, la creación de atmósferas y sus posibilidades creativas, lo que me pareció fascinante. Entendí que con las luces y un punto de vista se puede crear un nuevo lenguaje que no solo es artístico sino que también tiene mucho de ciencia, de fáctico y medible. Algo que llamó muchísimo mi atención quizás porque en realidad yo vengo de la ingeniería. Sí, yo empecé estudiando para ingeniera, pensaba que quería ser ingeniera, pero cuando me jalaron en matemáticas comprendí que no era para mí. Entonces me cambié a la carrera de Ciencias de la Comunicación.

Con este aspecto concreto de las luces me sentí mucho más cómoda para trabajar. En el teatro existe un lado humano fundamental al momento de hacer las cosas, desde el guión que es la base y la estructura de todo, hasta cuando el director empieza a ensayar con sus actores, hay una infinidad de variables humanas que están en juego: personalidades de cada uno, cambios de humor, disponibilidad de las personas involucradas o simplemente que ya no puedes contar con un actor porque se enfermó, por ejemplo; varios factores que el director tiene que tomar en cuenta al momento de realizar el montaje de una obra. Y realmente admiro esa capacidad de poder manejar lo inasible, mientras que en el caso de las luces, por el contrario, no hay variables de este tipo. Ellas están allí esperando prenderse para iluminar, que les pongas su filtro, que las dispongas según el diseño, el cual muchas veces es pura matemática porque sabes que si haces A vas a saturar, que si haces B obtienes la sombra, el volumen. Las luces no cambian, no se enferman, si se te quema un foco colocas otro igual y listo. El blanco sigue siendo blanco: esa materialidad del color y la luz tiene de física, de química; las luces tienen mucho de matemáticas, en ese sentido, como la música, hay mucho de ciencia ahí. Y con eso me gusta trabajar porque me parece un reto dotar de vida a algo que en apariencia permanece inerte. Podría decirse que allí radica el arte, la magia que realizamos los artistas técnicos de la luz.

Ensayo de la obra Ópera, escrita y dirigida por Jaime Nieto

Estilos de iluminación

Existen determinados estilos según el tipo de teatro que se va a iluminar. En el teatro comercial que es de corte más espectacular, que maneja treinta actores en escena porque, por señalar un caso, se trata de un musical con bastante movimiento, pues se tendrán requerimientos específicos muy diferentes a los de una obra de teatro independiente, por ejemplo.

En las obras de teatro independiente, por lo general, se le permite al lumière algo más de libertad y experimentación. Y es allí precisamente donde me he desempeñado un poco más, por esa apertura que siempre tiene el teatro independiente para probar cosas nuevas sin que uno se salga de contexto.

Hay algunos directores herederos de algunas corrientes, como el teatro café, se me ocurre, que no están muy conformes con la experimentación en el campo de las luces, y para quienes basta con una iluminación ambiental de foco amarillo y punto. Me ha pasado que uno de estos directores vio Piaf, la obra basada en la vida de Edith Piaf que hicimos en el Teatro Marsano, y salió de ver la obra completamente indignado con mi diseño de luces y me lo dijo, cuando por el contrario muchos otros felicitaron el mismo trabajo. Entonces, tanto en la realización como en la recepción del diseño no hay que perder de vista el contexto. Se te permite explorar un poco más en el teatro independiente. Y cuando haces luces para espectáculos grandes, también es otra manera de trabajar.

Ópera, escrita y dirigida por Jaime Nieto. Teatro del ICPNA de Miraflores, 2016. Fotos: cortesía de Artes Escénicas del ICPNA

Cómo diseña Carmenrosa Vargas

Para diseñar generalmente prefiero comenzar con la lectura del texto, es un buen punto de partida para ir llenándose de imágenes; así como en la literatura, cuando uno lee un cuento o una novela se va imaginando los personajes y los escenarios, en este caso el guion ofrece una primera pauta que me parece importante. Lo cual tendrá que confrontarse con lo que desee realizar o materializar el director.

En el caso de Ópera, por ejemplo, Jaime Nieto la tenía muy clara, y de entrada me dio como referencia al pintor inglés David Hockney, que tiene en sus pinturas un manejo del espacio muy particular donde predominan los planos, las líneas y los colores sobrios. Esta referencia no era para nada gratuita, estaba estrechamente vinculada a la obra —que se sitúa en Nueva York—, porque uno de los personajes era un muchacho que a partir de su admiración a Hockney también quería ser pintor.

Entonces, en conjunto con el director se van aclarando las ideas para ir generando el diseño y se va probando en la medida de lo posible, porque no se dispone de la sala teatral todo el tiempo, solamente una semana antes del estreno o a veces unos pocos días. En mi caso se trata de los días más importantes. Se acompaña el proceso con anterioridad en el sentido de que se va trabajando con el director la generalidad del diseño, pero cuando la obra empieza a ensayarse en el espacio de la sala teatral estoy allí desde el primer día para aprovechar el tiempo. Hay que ver una pasada general de la obra, según las escenas definir los puntos de luz que serán necesarios, cuestiones técnicas, armar la parrilla con los focos, marcar las claves, en fin, todo lo que involucra el proceso de montaje. Y si puedo asistir a los ensayos generales, pues también lo hago.

Me gusta manejar una variada paleta de colores, soy de poner muchos filtros, incluso me gusta colocar el filtro de maquillaje que es para luces frontales, que le da al actor una tonalidad suave y cierto brillo sedoso a la piel, por eso su nombre técnico es “filtro maquillador”. Tengo bastante presente la cantidad de filtros que voy a colocar para obtener los resultados que quiero, y el tiempo que esto me va a tomar en el proceso de montaje. Lo importante es que desde el principio también se tenga muy claro lo que quiere el director, y estar en sintonía de propuestas, porque al final es el director o la directora quien te “pesca” para el trabajo.

Piaf. De la dramaturga inglesa Pam Gems, con la dirección de Joaquín Vargas Acosta. La obra se estrenó el 2015 en el C. C. de la PUCP. Fotos: cortesía de VNP Producciones.

Los conocimientos básicos de un diseñador de luces

El vínculo entre la pintura y el diseño de iluminación es innegable. Creo que todo diseñador de luces debe tener un conocimiento de la historia del arte, no digo que a un nivel de erudito, pero sí por lo menos una noción básica de cómo ha ido evolucionando la plástica en la historia del arte a través de la pintura, cómo ha ido evolucionando el tratamiento de la luz en las diferentes épocas, cómo se han ido desarrollando los estilos. La pintura es uno de los mayores referentes de los que puede nutrirse alguien que trabaja con la luz. Contar con esas referencias, conocerlas y comprenderlas, es parte de cultivarse como artista, porque finalmente somos herederos de toda esa tradición. Por citar algún pintor clásico que me interesa o al que vuelvo siempre mencionaría a Caravaggio, pero la verdad es que cada diseño en concreto va a encontrar su propio referente, y para que eso sea posible y se convierta en algo enriquecedor, la historia del arte debe estar asimilada.

Por el lado del arte contemporáneo no solo está la pintura sino también el cine. Hay un director de fotografía maravilloso que hace cosas increíbles, que se llama Vittorio Storaro; su trabajo es uno de los que sigo continuamente.

Y en el campo específico de la fotografía, por ejemplo, también tendremos que apoyarnos de ser necesario. En la obra sobre Edith Piaf, que dirigió Joaquín Vargas Acosta, recuerdo que nos basamos en imágenes, encontramos varias fotografías de ella a lo largo de su vida y del París de la época que nos sirvieron muchísimo para manejar esa historicidad que se requería, que pasara de los años ’30, cuando ella empezó, a los años ‘50 ya propios de una ambientación de cabaret. La luz se iba desarrollando junto con el montaje. No porque la obra tratara sobre la cantante famosa, la iluminación se iba a quedar en la espectacularidad del cabaret, porque ella realmente comenzó en las calles, pidiendo limosna, muriéndose de hambre; por eso, esa parte opaca, sombría de su vida, está iluminada en tonalidades sepia, como si fuera una fotografía antigua.

En mi trabajo suelo resaltar mucho los volúmenes para generar dinamismo. Alguna vez me encargaron iluminar El Montaplatos, una obra donde solo dos actores (usando terno negro con camisa blanca) interactuaban entre sí durante toda la función, casi sin escenografía, un cuadrado blanco como piso y dos sillas de madera, nada más. Entonces, se tenía que resaltar el aspecto tridimensional de lo escénico, acentuar el movimiento, generar contrastes dentro del espacio, a partir del volumen, para sostener lumínicamente la obra en toda su duración, en toda su extensión de tiempo.

Otro aspecto que puede remarcarse a partir de la luz, dependiendo de la intención que se quiera, son los perfiles sicológicos de los personajes. Edith Piaf, por ejemplo, poseía un brillo único y eso tenía que reflejarse en su luz, tenía que brillar, había que hacerla brillar a su manera frente a Marlene Dietrich, este otro personaje femenino que provenía de Hollywood y que estaba diseñado con una estética cinematográfica, a partir de la luz se le dio una tonalidad que acentuara ese perfil de chica hollywoodense, frente a la luz de Piaf que era más bien trágica pero dulce, como su voz. En cambio, en la obra El diario de Ana Frank, que fue en el Teatro Mario Vargas Llosa, los personajes se encontraban encerrados en una casa, un poco como estamos ahora en el mundo, con toda la tensión que eso implica y que tenía que reflejarse; encuentros, desencuentros, tristezas y amores, evidentemente había que trabajar mucho más con las sombras, las oscuridades, en un contraste con la luz del día y de la noche, una especie de naturalismo en cautiverio sin dejar de ser armonioso.

El montaplatos, obra de Harold Pinter dirigida por Joaquín Vargas Navarro. Teatro de la Alianza Francesa, 2016. Fotografías de Daniel Conde.

El teatro en cuarentena

Ahora que tocamos el tema del enclaustramiento, es imposible pensar que esto no va a impactar en todas las esferas de la vida, incluido el teatro. Si nos ponemos filosóficos parecería que hemos retrocedido hasta la república de Platón, donde el artista debía ser eliminado porque no servía para nada. Pero también podemos volver a la respuesta aristotélica que nos dice que el artista simplemente es, y que no se le puede valorar con nociones de utilitario o no utilitario porque el arte simplemente sucede.

Muchos compañeros artistas han hablado de reinventarse, yo no sé si sea el concepto adecuado, porque uno se reinventa cuando quiere, pero esta situación lo que está haciendo es imponernos una realidad, un estado de cosas contra el cual aparentemente no podemos hacer nada. Incluso la continuidad del sistema está en entredicho, no deberíamos seguir con un capitalismo a ultranza como hasta ahora; el mismo sistema va a tener que modificarse y ya hay muchas personas que se están dando cuenta de eso.

Más que reinventarnos yo creo que la palabra correcta es adaptarnos, como lo ha hecho el artista a lo largo de la historia, adaptarse porque es un sobreviviente nato. El arte no va a desaparecer, el arte va a sobrevivir así como han sobrevivido las formas de arte que han ido evolucionando con la tecnología. Cuando apareció el cine, ¿acaso desapareció el teatro? No. Cuando llegó la televisión algunos creyeron que el cine se iba a perjudicar, ¿sucedió? No. Con la internet dijeron que la televisión iba a morir, ¿pasó? No, pues. El arte no desaparece, se adapta, va avanzando con la tecnología porque al final el público siempre quiere conocer algo nuevo. Yo creo que el arte siempre va a estar: las personas necesitan manifestarse, el ser humano necesita esos espacios donde reconocerse, donde proyectarse artísticamente. Y tanto el teatro como el cine son esos espacios donde las personas se reconocen en algo que los representa, eso va a mantener vivo al arte escénico.

Hay muchas obras que se están compartiendo en redes sociales con libre acceso, pienso que está bien, como un primer impulso para no perder el contacto con el público, pero esto no es algo que se pueda mantener a largo plazo. Detrás de cualquier obra está el trabajo de mucha gente, gestores culturales, productores, artistas técnicos que tal vez la estamos pasando un poco más difícil pues precisamente necesitamos del escenario para trabajar. Por eso no creo que el camino sea malbaratar los productos artísticos, no creo que el arte se tenga que regalar. El arte contiene mucha sapiencia y eso se debe valorar.

Cuando todo esto pase, porque tarde o temprano todo esto va a pasar, va a ser muy difícil que volvamos al mismo estado de cosas. Las artes escénicas renacerán de a pocos. Seguramente el teatro comience siendo algo muy pequeño, si un teatro tenía aforo para 300 personas, pues ahora lo tendrá solo para 150 o menos. Los repartos de las obras, por ende, también tendrán que disminuir. Ya nos habían acostumbrado a las grandes producciones con innumerables artistas en escena, lamentablemente va a pasar mucho tiempo antes de que volvamos a ver algo similar. Tendremos que recomenzar por lo básico, los repartos pequeños, los aforos de menor tamaño. Y mientras haya producciones que requieran una escena de manejo teatral o audiovisual, ahí se va a necesitar al técnico. De hecho, mi rubro es uno de los más fregados porque somos técnicos, somos artistas pero vivimos de la técnica. El danzante puede dar su taller on line, el músico sus presentaciones por streaming. Los técnicos vamos a tener que esperar un poco más.

Espero que esta experiencia sirva para unirnos como gremio, espero que los compañeros del teatro peruano nos unamos para volver fuertes y con una sola visión de futuro. Sin reparos de mezclar la política con el arte, porque a fin de cuentas no solo nos compete como ciudadanos sino que el quehacer artístico es sumamente político. En la escena internacional, en España, por ejemplo, un actor de fama mundial como Antonio Banderas ha liderado un movimiento de reflexión para todos los artistas escénicos de su país: está promoviendo una unificación de todo el sector, pero no solo con el objetivo de reclamar o pedir al Estado, sino sobre todo en términos de plantear propuestas a partir de esta organización, y como unidad buscar nuevas formas de salida, proponer soluciones desde la propia mirada de los artistas, lo cual es muy importante, ¿qué proponemos nosotros como unidad para resolver esta situación?, ¿qué salidas viables postulamos como artistas?

En Alemania, donde nace la filosofía mayor de occidente, hay una política primordial de protección con respecto a las industrias culturales, así ningún artista se encuentra desamparado económicamente en esta situación. El desarrollo cultural de un país como Alemania es un ejemplo para el manejo de la cultura en otros países. Eso es algo que aquí también debería aplicarse, pero es cuestión de mentalidad. Aquí recién está comenzando el proceso de implementar las industrias culturales, lo cual no me parece que esté mal, al contrario, el Estado debería protagonizar el cambio. Para no malbaratar los productos artísticos que mencionaba líneas arriba, por ejemplo, se podría adquirir la pieza de danza del bailarín, la obra de teatro del grupo tal o la productora tal: considero que la figura del Estado como principal patrocinador debería ser lo ideal.

Las mujeres y la técnica en las artes

A las chicas les diría que sigan este camino si es lo que les gusta. Siguiendo la línea de lo político, es importante señalar que se ha ganado mucho terreno gracias a la lucha feminista, en el campo de la técnica para las mujeres. Hace 20 años atrás era mucho más difícil. Ahora, en cambio, a diferencia de mis años universitarios, hay más mujeres que optan por una carrera técnica en las artes, veo cada vez más diseñadoras, escenógrafas, camarógrafas, técnicas, lo cual me alegra mucho.

Y así como hemos ganado terreno, también se tiene que ser consecuente. Creo que en los últimos años se viene demostrando que ha ganado el hecho de ser consecuente. Porque si este trabajo requiere que te subas a una escalera de dos metros y medio a colocar un tacho, pues lo haces, sin pedirle ayuda a nadie solo porque eres mujer. La carrera te exige esa destreza, esa fuerza, no hay opción de escudarse en una supuesta debilidad del género para hacer determinadas tareas. De eso no se trata el feminismo. Nuestra feminidad debe ser respetada primero por nosotras y después por el resto.  Felizmente, cada vez son más las mujeres que lo entienden así, y que en ese sentido son consecuentes con ellas mismas, con el movimiento y con su trabajo.

Carmenrosa Vargas Céspedes

Perú

Comunicadora con vocación hacia la investigación y docencia. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad de Lima. Es Magíster en Comunicación y Cultura y Máster en Publicidad y Propaganda, estudios de posgrado realizados en Brasil. También ha desarrollado estudios en el Doctorado en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Realizadora audiovisual con 20 años de experiencia, asimismo cuenta con 22 años de actividad en la práctica docente. Como directora de fotografía multimedial considera la luz como esencia de la imagen, fundamento visual y referente de comunicación. Ha realizado diseños de luces para decenas de montajes teatrales entre los que se encuentran La eternidad en tus ojosPiafÓperaZoológico de Cristal, El diario de Ana FrankMi querida neurosisBúfalos, etc.

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“La plástica vino a salvarme”
Entrevista a Juan Sebastián Domínguez

Desde hace algunos años, uno de los diseñadores más queridos y apreciados de la escena local limeña es Juan Sebastián Domínguez. Nacido en Cádiz, España, su quehacer versátil como diseñador de escenografía, luces y vestuario ha traspasado convincentemente las fronteras, revelándonos una plástica particular que sostiene propuestas de diversa índole: desde puestas en escena minimalistas hasta parques temáticos de gran factura. Una desenvoltura que posiblemente se origina en su temprana atracción por todo lo que implica la práctica de hacer teatro. Lo cierto es que haberse inscrito de lleno a ese trabajo constante le hizo encontrar en el diseño y la plástica teatral su lugar ideal como creador. Conversamos por teléfono sobre sus años de formación, sus procesos creativos, sus diseños, la pandemia y mucho más que se puso de manifiesto, como la irrenunciable pasión por el teatro.

¿Tu quehacer teatral es anterior o posterior a la elección de una carrera como Filología Hispánica?

Pues es bastante anterior. De pequeño sí que era espectador, mi padre me llevaba mucho al teatro de títeres y cosas así. Y realmente fue en la época de la secundaria, gracias a un profesor de educación física, uno de estos profesores que te cambia la vida. Su clase no era la típica clase para hacer deporte o hacer ejercicios, sino que nos enseñaba baile, coreografía, acrobacia y una vez pues nos enseñó teatro, dio todo un semestre de teatro y ahí fue cuando me enganchó, directamente, ahí fue cuando vi que me gustaba. Con 15 o 16 años ya estaba en grupos de teatro aficionado y creé mi propio grupo donde escribía, diseñaba, dirigía, actuaba, hacía de todo, y a partir de ahí fui entrando en grupos más profesionales. Cuando terminé de estudiar el bachillerato tenía que ir a la universidad, pero la ciudad de donde soy —yo soy de Cádiz, del sur de Andalucía— pues no tiene ningún estudio escénico, no hay escuelas de arte dramático. Entonces, la única opción para estudiar una carrera universitaria, que me podía permitir económicamente por mis padres, era Filología.

Hice Filología Hispánica, a parte porque me gustaba, porque así podía estudiar todas las asignaturas que hablaban de teatro. Tú podías especializarte más en lingüística o en semántica, entonces lo que yo hice fue especializarme en Teatro del Siglo XX. Fue una forma de tener una carrera universitaria que al mismo tiempo estuviera relacionada con lo que realmente me gustaba, que era el teatro.

Y otra de las cosas que también me influyó mucho fue el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, el FIT, que nos permitía en una ciudad tan pequeña como la mía que una vez al año viniesen compañías de toda Latinoamérica, con esos lenguajes tan diferentes, con esa forma de entender el teatro, con esas propuestas estéticas, escénicas, que claro para mí eso era… ¡de repente te explota el cerebro! El FIT también fue una forma de ver, de conocer, de aprender. Entonces, ya con 17 y 18 años, mientras estaba estudiando Filología, aprovechaba para verlo todo, todo lo que llegaba a Cádiz me lo veía, si podía echaba una mano en utilería, si hacía falta figuración me ofrecía para hacer figuración, trataba de estar lo más conectado posible porque, ya te digo, que no había dónde estudiar nada relacionado con el teatro en mi ciudad a no ser que fuese eso.

¿Y cómo fue que tu vocación se dirigió hacia la plástica hasta estudiar Escenografía en Madrid?

Creo que fue como una especie de selección natural. Al principio lo hacía todo por pura necesidad y por pura ansiedad de querer hacerlo todo, con la irresponsabilidad de cuando eres tan joven. También es cierto que en estos grupos amateur o semiprofesionales tenías que hacer de todo, construías la escenografía, hacías vestuario, llegabas a la ciudad y montabas luces por la mañana, para después actuar por la tarde, o sea hacías un poco de todo. Antes de irme a Madrid estuve en Sevilla y en Málaga trabajando ya como diseñador, y poco a poco me fui dando cuenta que realmente la parte que a mí me gustaba era esa. Cuando di el salto a Madrid fue cuando dije “a ver, o interpretación o dirección o escenografía que es lo que más me gusta”, y dije “escenografía”. Me presenté a las pruebas de la RESAD, entré y hasta hoy.

Coméntanos un poco sobre tu proceso de formación en Madrid, ¿cómo se encontraba el teatro en ese momento a nivel de escuelas?

En ese momento en Madrid, como aparecieron las cadenas privadas de televisión en España y se empezó a hacer mucha ficción juvenil, series que hablaban de institutos y de la vida secundaria, pues hubo un boom sobre todo a nivel de escuelas de interpretación.

En lo que tiene que ver más con la plástica, en cambio, solo estaba la RESAD, que era la escuela oficial del Ministerio de Educación. A parte también estaba el Centro de Tecnología del Espectáculo que realmente forma a técnicos del espectáculo, es decir a sastres, carpinteros escénicos, pintores, electricistas, etc. Entonces, tenías esas dos opciones, la parte más técnica o la parte más teórica y de creación que era la RESAD. Yo venía principalmente de la práctica, de trabajar en todo, o sea desde colgar focos para hacer iluminación a construir escenografía, por eso tuve a la RESAD como primera opción para realmente aprender el oficio, y aprovechaba  mucho los talleres y cursos que ofrecía el Centro de Tecnología para seguir formándome como técnico. Al final, fui como metiendo mucha información en la mochila.

Tuve la suerte que en la escuela había profesores en actividad, que tenían una plástica bastante interesante. Y uno de los maestros más emblemáticos fue sin duda Paco Nieva, escenógrafo, autor de teatro y mucho más, que conocí precisamente en Filología a través de la literatura. Me captó la atención que en todas las ediciones de sus obras de teatro incluía figurines, bocetos de escenografía; revisaba su obra dramática y decía “qué interesante es este señor, lo que hace, encima escribe y diseña sus propios espectáculos, a veces los dirige también”, que era un poco lo que yo tenía en la cabeza en aquel momento de “quiero hacerlo todo”. Entonces, cuando llegué a Madrid, Paco ya no daba clases en la escuela porque ya estaba muy mayor, pero sí que pude conocerlo con el tiempo, siempre fue un referente de creativo de las artes escénicas que cumplía un poco todo: pintaba, dibujaba, diseñaba, dirigía, escribía…

Mesa de trabajo o “cocina creativa” del diseñador de escenografía, luces y vestuario Juan Sebastián Domínguez. Fotografías de su archivo personal.

Dentro de la plástica teatral te desempeñas en varios rubros: diseño de escenografía, diseño de luces y de vestuario, ¿cuál fue el rubro específico en el que se realizaron tus primeros trabajos a nivel profesional?

Pues mi proyecto final de carrera era una ópera barroca donde hacía escenografía y vestuario. Antes de terminar el semestre me puse en contacto con Curro Carreres, un director de escena de ópera. Le presenté el proyecto y le gustó tanto que al año siguiente lo estrenamos en el Teatro Arriaga de Bilbao. Entonces ese fue como mi primer salto al mundo profesional, o sea antes de terminar la carrera, con esa ópera donde hacía las dos cosas. A partir de ahí no tengo una línea clara de solo escenografía o solo vestuario o solo iluminación, me siento cómodo en cualquier disciplina, supongo por todo lo que se lleva en la mochila de conocimiento, de tantos años trabajando y demás. A veces me llaman solo para una cosa, a veces empiezo una y al final termino haciéndolo todo. En ese sentido no tengo una predilección. Hay compañeros, por ejemplo, que odian el vestuario y solo hacen escenografía, o al contrario. En mi caso me gusta todo y lo abarco todo si puedo.

Si bien te gusta todo con respecto a la plástica teatral, de alguna de estas tres disciplinas que bien manejas tú, ¿hay alguna que sea tu preferida?

Es que depende tanto, es una pregunta difícil. Si es para danza, por ejemplo, evidentemente luces y vestuario porque en danza la escenografía casi no existe o es muy anecdótica; si es ópera, escenografía; si es teatro de texto… Depende mucho, la verdad, es complicado decidirse, si puedo no elegir me quedo con todo (risas).

También es cierto que los directores ya te conocen, saben qué línea manejas más, y muchas veces te llaman siempre para vestuario porque les gusta tu estética, tu forma de verlo, la forma que tienes de trabajar o lo que sea, o te llaman directamente solo para escenografía. Muchas veces ya no depende de lo que a ti te gusta, sino de lo que los directores demanden de ti; si bien es cierto que al final es bueno tener distintas cartas en la mano para que el director pueda elegir, mientras menos cartas tengas pues más limitas tu capacidad de trabajo.

En tu trabajo, como precisamente las materialidades de la plástica son diferentes, los procesos de creación también lo son. Pero en tu caso, más allá de estas diferencias, ¿encuentras alguna línea que defina tu forma de trabajar al momento de crear, quizás una metodología?

Pues sí, para mí el texto es fundamental. Leerlo, analizarlo, releerlo cuarenta mil veces si hace falta, porque creo que en el texto es donde está la esencia de prácticamente todo, de lo que la obra quiere contar, de las intenciones. Para mí es fundamental trabajar a partir de la palabra, para cualquier disciplina, vestuario o lo que sea.

Cuando hago vestuario también es fundamental ver a los actores, ver el físico del actor, y escuchar al actor diciendo ese texto, cómo lo dice y demás. Creo que antes de diseñar es imprescindible conocer la fisonomía de quienes van a interpretar a esos personajes, porque muchas veces, mientras estás leyendo el texto o lo estás analizando, te creas una imagen de ese personaje y cuando ves al actor por primera vez a lo mejor físicamente no tiene nada que ver, y te cambia toda la propuesta.

Para mí esos dos puntos de arranque son importantes, la palabra y el actor.

¿Entonces crees que tu formación académica en letras, por tus estudios en Filología, ha sido importante para desarrollar tu lado creativo?

Por la Filología me baso mucho en el texto, esa parte sí que me ha venido muy bien, para hacer análisis de texto y también porque te da cierto bagaje cultural de quiénes son los autores y las épocas en las que han vivido.

Entonces, yo creo que sí, que ha aportado, que ha sido una herramienta más que me ayuda a completar todo este proceso, pero igual que la pintura, igual que el dibujo o aplicar nuevas tecnologías, creo que al final todo suma. Un escenógrafo o alguien que se quiera dedicar a la plástica escénica, o a interpretación, tiene que ser alguien que esté constantemente aprendiendo, investigando y no quedándose en lo puramente académico de la escuela.

Es decir, haces tus cuatro o cinco años de carrera, tienes tu titulación y ya has terminado, eso es mentira. Nunca terminas de aprender, jamás. Y cuanto más curiosidad tengas, cuanto más cosas quieras conocer, y cuanto más tengas ese espíritu inquieto de saber, mejor va a ser para ti, más herramientas vas a tener para trabajar, para diseñar, para defenderte en nuestra profesión y más. Creo que es fundamental eso, el no perder el espíritu de aprender y conocer.

A mí me tocó, por ejemplo, aprender sobre la videoescena y el mundo digital por otro lado, fuera de la escuela, pues en mi época no lo tocabas tanto porque no estaba tan presente en los escenarios. Ahora es muy necesario digitalizar los trabajos, diseñar en tres dimensiones, poder hacer un render rápido y enviárselo a una persona que está al otro lado del mundo porque lo necesita para esa misma tarde. Es así, cuantas más herramientas conozcas mejor va a ser tu oficio.

Planos y escenografía de Billy Elliot El musical, montaje de Los Productores, 2018. Fotografías de archivo personal.

Y después de tantos años de carrera, ¿consideras que tu plástica ya ha adquirido un estilo, entendiendo el estilo como esa huella que hace identificable la obra de un artista?

Pues no lo sé… no sé si todavía lo he conseguido. De hecho, creo que el estilo de cada uno evoluciona con el tiempo y con la edad, no es lo mismo ahora que ya cumplí 46 que cuando tenía 26. Sí que es verdad que un día hablando con unos compañeros precisamente allá en Lima, me dijeron “es que esto es muy tú”, “Cristian, pero cómo, ¿cómo que es muy yo?”, “sí, sí, sí, este diseño, es que es tú”. Me sorprendió mucho. Y me pasó también justo lo contrario, en un proyecto para el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico que no se llegó a realizar. Me habían pedido una cosa, mandé el boceto y me dijeron “es que no se parece nada a ti”, y yo dije “¿cómo?”.

Ahí empecé a darme cuenta de que hay una serie de cosas que repito mucho, el uso de la línea recta, el cuadrado, como formas geométricas básicas, una serie de elementos que están muy presentes en los diseños y no sé si podríamos llamarlo como estilo, porque creo que todavía me queda mucho para tener una marca propia, pero sí es verdad que haciendo una vista general, panorámica, de todo mi trabajo, sí que se ven algunos elementos que coinciden o composiciones escénicas que son muy parecidas. A ver, no voy a decir que soy minimalista pero sí me gustan mucho los espacios vacíos, o los espacios donde los elementos están ahí porque tienen que estar ahí sí o sí, no me gusta lo decorativo, no me gusta el hiperrealismo que intenta imitar al cine, porque para eso está el cine, el teatro es otra cosa.

Entonces, sí, hay una serie de códigos que se repiten bastante en mi obra, y que bueno, que podríamos llamarlo estilo, yo encantado de la vida (risas). Pero bueno, supongo que son estilos de ahora, dentro de diez años pues habrá cambiado.

Puesta en escena de Karamazov, escrita y dirigida por Mariana de Althaus. Producción del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico, 2014. Fotografías de Paola Vera.

Dentro de lo realizado hasta ahora, ¿qué obras han marcado tu carrera?

Hay varia piezas que son como mis hijos favoritos. De Lima, por ejemplo, Los hermanos Karamazov, una obra que dirigió Mariana de Althaus y la primera obra que hice en Lima.  Aquello era una estructura enorme hecha con maderas recicladas. Para mí ese montaje fue importante porque fue como mi carta de presentación en Perú. Después, Billy Eliot, que tenía un diseño de escenografía bastante complejo, y por cuya realización me siento muy orgulloso. El padre también es otra de las piezas que me gusta mucho. Esa estética que es la que me gusta trabajar, en el caso de El padre estaba muy presente: un espacio despejado, limpio, lo decorativo reducido a la mínima expresión; allí también diseñé todo el mobiliario de la casa, las sillas eran líneas rectas, ángulos perfectos, todo negro o blanco; en ese sentido, la obra me representa mucho.

Y aquí en España, por ejemplo, hay una obra llamada Jardiel, un escritor de ida y vuelta, donde hice el vestuario, que para mí es el top, o uno de los top, digamos, de mi creación aquí. Era una obra muy difícil, con muchísimos personajes y cambios de vestuario. Entonces, el director Ernesto Caballero me dio carta blanca absoluta, me dijo “eres libre de hacer el diseño que quieras, como lo quieras, con el presupuesto que quieras. Me despido de ti, confío en tu criterio”. Fue una oportunidad de jugar a nivel de creatividad, sobre todo porque últimamente se están haciendo obras de pocos personajes, con un cambio o dos; no hay esa posibilidad que tenía el teatro antiguo o de otras épocas, donde veías veinte actores en escena que se cambian siete veces de vestuario. Con este texto surgió esa posibilidad y de hecho se hizo mucho énfasis en el vestuario, precisamente porque la obra así lo exigía.

Y después también hay piezas de pequeño formato de las que yo me siento muy orgulloso. Con Alberto Ísola hicimos en El Olivar la obra Este hijo, que también me representa mucho en cuanto a lo que hablábamos de mi estética o mi sello, porque tiene esa cosa minimalista, líneas rectas, y el hecho de jugar con las luces. A mí me gusta mucho introducir luces en la propia escenografía y sobre todo, más que los espacios que ilustran, me gustan mucho los espacios que sugieren, donde el espectador termina de completar la imagen, yo solo doy herramientas, doy elementos, y después cada espectador en su butaca, en su cabeza, termina de completar esa imagen. Este hijo tenía un poco ese componente, o incluso PulmonesPulmones era una pieza donde prácticamente no hay nada de escenografía, el vestuario parece que no es nada, que los actores vienen de la calle vestidos así, y fue todo lo contrario, fue todo un proceso, con Norma Martínez, Fiorella Pennano y Renato Rueda, para buscar esa “estética de la nada”. Parece que es una pieza donde estoy en contra de mi propio trabajo, porque no hay nada, solo hay un masking tape que marca el suelo y ya está, pero…

Pero es muy difícil ser simple ¿no?

Claro, ser simple y aparte estar intencionado. Hasta llegar a esa simplicidad para el montaje, hubo mucho trabajo detrás, mucha conversación y mucho diálogo. Mucha discusión también porque,  por lo general, el texto siempre te pide meter algo más, y era justo lo contrario: no vamos a añadir, vamos a ir a lo mínimo, a solo dos actores en el espacio contando una historia. Entonces, ese trabajo también es interesante, no es el más espectacular, como puede ser Pantaleón o Billy Eliot, pero sí que es especial precisamente por lo contrario, por cómo llegar con tan poquita cosa a contar tanto.

Pulmones, del autor británico Duncan Macmillan, con la dirección de Norma Martínez. Estreno: Teatro de la Alianza Francesa, 2018. Fotografías de Alexander Pérez Flores.

En la obra El padre, esto de hacer móviles los escenarios ¿estaba en el libreto, se llegó a esa conclusión con el director?, ¿cómo fue el proceso?

En el texto no viene como tal la indicación de que la escenografía tiene que desaparecer. Se cuenta el problema del Alzheimer que tiene el protagonista, que va perdiendo la memoria. La obra termina en la habitación del hospital donde solo está la cama, y él está solo y descalzo. Me impactó muchísimo esa imagen, que fue la que empecé a trabajar para explicarle al director Juan Carlos Fisher la propuesta: por qué no presentamos la casa, que es lo que se espera todo el mundo, la casa donde él vive, con las habitaciones, los muebles y todo, y a medida que pasa el tiempo, esa casa va desapareciendo igual que desaparecen sus recuerdos. Me parecía una forma poética de reflejar esa pérdida de la memoria, de reflejar qué estaba pasando en la cabeza de este señor. Entonces, ese fue un poco el argumento que estuvimos trabajando.

Y sobre todo se generó a partir de algo que yo hablaba con Fisher, ¿el olvido de qué color es? Es algo que me gusta mucho hacer en los talleres que doy, jugar a asociar colores con cosas que en sí no tienen colores. Al principio tú dirás que el olvido va a ser negro, por la oscuridad quizás. ¿Y por qué no es blanco? ¿Por qué el olvido no es blanco? Porque cuando estás en un infinito blanco no ves dónde termina el borde, no hay un borde, no hay un límite, no diferencias lo que es suelo de techo. Entonces, para mí el olvido, el Alzheimer, lo que tiene este señor, es una superficie blanca donde se van difuminando todos los límites y todas las aristas.

A partir de ahí fuimos generando este universo, haciendo desaparecer elementos de la propia escenografía. Trucamos las cosas para que puedan desaparecer, qué puerta se abre, qué puerta ya no va a estar; creamos una coreografía de movimientos con todos los asistentes de escena para que en tres segundos puedan entrar y sacar una silla, o quitar los cuadros o hacer que desaparezca el sofá. Fue muy bonito porque tenía que estar coordinado como una coreografía de danza para que todo encajase y funcionase, de forma que al final la imagen que tenemos de este señor enfermo de Alzheimer, solo en la habitación del hospital, es tremenda. Pero claro, creo que era lo que teníamos que conseguir, que el espacio se quedase vacío al igual que estaba su cabeza, que lo había perdido todo.

¿Trabajas frecuentemente a partir de darle una carga sicológica a los colores?

Sí, eso siempre está, a veces para aprovecharlo con el contenido que todos conocemos, y a veces para darle la vuelta y desmontar. Hay cosas muy reconocibles como “la pasión es rojo”, pero qué pasa si en lugar de rojo es verde porque es una pasión que tiene que ver más con la lujuria, quizás. A mí me gusta mucho jugar con los códigos. Hay códigos que están preestablecidos y que el público conoce de primera mano, pero qué pasa si le das la vuelta a ese código, a lo mejor te cuenta otra cosa completamente diferente y te enriquece la propuesta. Entonces, creo que es importante también jugar a eso, conocerlo para después desmontarlo y hacerlo tuyo.

El padre, obra del autor francés Florian Zeller, traducida y adaptada al español por Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Dirección de Juan Carlos Fisher. Teatro La Plaza, 2017. Fotos: cortesía de Teatro La Plaza.

¿Y en algún momento de tu carrera has llegado a sentirte un poco abrumado por algún proyecto que era bastante ambicioso?

Todos los proyectos tienen una fase de pánico, hasta el más sencillo. Aunque tú te creas que ya llevas mucho tiempo haciendo cosas, eso es mentira, en cada proyecto vuelves a empezar de cero, la única diferencia es que ya viene detrás una mochila con mucha información. No hay fórmulas ni plantillas, entonces, esa parte de pánico a la hoja en blanco existe. Pero es verdad que una vez que arrancas ya la propia inercia del trabajo te va llevando, y vas creando y vas en más.

He trabajado en proyectos grandes como 33 El Musical, donde hice el vestuario, un musical de gran formato con muchísimos cantantes, bailarines y actores en escena, y con muchos cambios de vestuario; lo que implicó casi ocho meses de trabajo para construir toda esa cantidad de burras llenas de ropa para la figuración, para los soldados, para todo. Entonces, no es tanto que te abrume porque te de miedo sino porque al final estás dedicándole mucho tiempo a una producción que es gigantesca, por el volumen de trabajo, y que te exige tener un máximo control de todo y también organización, que es fundamental.

Otro proyecto que tomó un año de dedicación fue el diseño del parque temático para el espectáculo El sueño de Toledo. Allí todo está construido desde cero, no había nada, era un terreno, un trozo de campo en mitad de La Mancha, nada más. Nos pasaron el libreto de lo que querían contar y cómo lo querían contar, y a partir de ahí se creó un inmenso decorado hecho con materiales resistentes, con ladrillos y con piedras a tamaño real, con un lago artificial porque parte de la escenografía surge de debajo del agua, o sea es una barbaridad.

Lo que hicimos fue hacer una investigación sobre la arquitectura de la ciudad de Toledo, con miles de fotografías a edificios, a piedras, para ver la forma, el color, la textura que tenían, y a partir de ahí hicimos una especie de style line de la ciudad para recrearla ficcionalmente en el parque, con la muralla a tamaño real, el puente, los castillos que se ven al fondo; hay un armazón de metal debajo, pero delante hay un mortero tallado a mano y después pintado, para recrear las piedras y todo. Es decir, no deja de ser un decorado pero es un decorado que está pensado para el aire libre, para que dure 20 o 30 años, y para el show en sí, que es un show de 70 minutos de duración, 200 actores en escena, con una escenografía enorme que tiene casi 200 metros de largo por 40 de alto, fue una locura…

¿Y cuál es tu opinión con respecto a la pandemia? El escritor francés Michel Houellebecq, por ejemplo, siguiendo su tendencia de pesimismo, publicó una carta donde opinaba que después de la cuarentena todo iba a ser igual, e incluso peor. ¿Tú qué crees?

Yo soy bastante positivo en ese sentido, no creo que vayamos a peor. Es verdad que la tendencia de la humanidad es ir cada vez peor pero yo creo que esto que ha pasado ha sido una llamada de atención bastante potente, tanto que es a nivel mundial. El ser humano se creía invencible y al final el bichito más pequeño y más insignificante del mundo nos ha hecho tambalear todos los cimientos de la sociedad contemporánea. Creo que deberíamos aprender un poco de eso.

Una de las cosas positivas que ha traído la pandemia es que se ha creado un movimiento colectivo de vecinos, de gente que se ayuda, gente que sabe que en el bloque donde vive hay personas mayores que no pueden salir a la calle y se ofrecen para ir a hacerles la compra, a bajarles la basura, entonces hay pequeños gestos, en ese sentido, que a mí me llevan a pensar que algo está cambiando. El problema es que después las instituciones, los políticos, son los que tienen que recoger estos gestos y tomar cartas en el asunto para crear una sociedad mejor.

Y el mundo entero darse cuenta de que no puede vivir aislado. Tenemos que aprovechar de esta globalidad no solo lo malo sino también lo bueno. Lo que pasó en China en pocos meses se ha extendido por el mundo; pero si aquí en España hay una escasez de material sanitario, también debería suceder que otro país con algún excedente se lo envíe. O sea, apoyarse, lo mismo que se está haciendo entre vecinos de casa, que los países puedan también apoyarse entre unos y otros. Entonces, yo quiero ser optimista y quiero pensar que lo que está pasando va a servir para que reflexionemos un poco.

Y a nivel de las artes escénicas, pues evidentemente esto va a cambiar. Es una situación complicada que va a costar mucho salir de ella, sobre todo volver a esa normalidad de poder ir a un teatro, juntarse con 100, 200 personas, o 3 mil en un estadio, eso va a costar trabajo, pero yo creo que lo conseguiremos. Tarde o temprano volveremos a esa normalidad que teníamos antes y espero que sepamos apreciarla, igual que ahora apreciamos los abrazos que no podemos dar. También espero que la sociedad aprecie toda esa cultura que ahora mismo se está distribuyendo tanto por redes. Creo que es importante que se le dé el valor que tiene. Gracias a que existe esa cultura y que se está distribuyendo en tiempos difíciles como este, toda esta situación se lleva un poquito mejor. Espero que cuando todo esto pase, la sociedad sepa apreciar el valor de la cultura.

Además de tu carrera creativa, también te has desempeñado en la docencia, ¿qué le dirías a tus alumnos en un momento tan complicado para las artes escénicas?

Pues que sencillamente son tiempos complicados, son tiempos difíciles, pero que la cultura y el teatro han vivido en una crisis constante, siempre. El teatro ha sido siempre un “enfermo imaginario” como dice Moliere, pero siempre ha salido adelante. Estos son tiempos donde la formación es el mejor aliado. Si vamos a pasar mucho tiempo en casa porque no podemos salir, pues hay que aprovecharlo para aprender, para leer, para conocer, ahora que se nos presenta esta oportunidad de ver tanto teatro nacional e internacional por las redes, pues es el mejor momento para aprovecharlo y sentarte dos hora a ver una obra de Ostermeyer, por ejemplo.  Entonces, yo creo que el consejo que les daría es ese, aprovecha el tiempo, porque cuando todo esto pase, que pasará, evidentemente, tenemos que estar preparados para todo y el que esté preparado es el que se va a quedar.

Eso me recuerda algo que comentó un maestro hace muchos años: tú no escoges al teatro, es el teatro el que te escoge a ti.

Sí, totalmente de acuerdo. De hecho a mí el teatro me escogió y nunca me dejó salir (risas). Y ni quiero que me deje salir. Fíjate, tuve una época de duda cuando hacía interpretación porque no me gustaba la interpretación entendida desde el sufrimiento. En las primeras compañías donde empecé a participar como actor en los montajes, trabajábamos mucho desde la introspección, desde esta cosa de Stanislavski, de búsqueda personal, desde la búsqueda del dolor. Entonces, a mí como ser humano me provocaba muchos conflictos, porque no me gustaba trabajar desde ahí, necesitaba encontrar otro sistema de interpretación que no sea desde ahí. Por eso tuve un momento de flaqueza, de decir “lo voy a dejar, creo que esto no es lo mío”.  Pero yo creo que ahí es donde vino la plástica a salvarme, a decirme “no, no, lo tuyo es el teatro, lo que pasa es que ahora mismo estás poniendo los ojos donde no es, más bien tienes que girar el aparato para darte cuenta de que tu foco realmente donde está es en la plástica”.

La plástica vendría a ser un espacio donde no hay dolor, digamos…

Podríamos decir que sí, porque lo que hay es juego. Y en interpretación también, con el tiempo empecé a conocer el claun, la máscara contemporánea, el teatro más gestual, y me di cuenta de que no todo era Stanislavski, dolor, sino que hay otras formas de enfrentarte a los personajes que tienen que ver mucho más con el juego, que es algo que me persigue mucho en la carrera. Es decir, yo trabajo lo que es jugar, para mí tiene que ser una redención, me tengo que divertir haciendo mis trabajos, aunque sea un drama y aunque sea la tragedia más grande del mundo, yo tengo que disfrutar y tengo que jugar, con mi maqueta, con mis telas cuando estoy haciendo vestuario, cuando hago luces con mis filtros, gelatinas, cambiando colores… Necesito jugar, para mí la base del juego es importantísima.

¿Y qué le dirías a ese chico de Cádiz que empezó a jugar al teatro sin saber hasta dónde iba a llegar?

¡Qué tal pregunta! (risas). No pierdas el tiempo con tonterías, date prisa que el tiempo se te agota y hay que hacer muchas cosas. Y juega, siempre juega, tómatelo todo como un juego, con la seriedad que tiene un juego, desde la seriedad que tiene el propio juego, eso sí.

Juan Sebastián Domínguez

España

Máster en Estudios Avanzados de Teatro por la Universidad de la Rioja, Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Cádiz y de Escenografía por la Real Escuela Superior de Arte Dramático, de Madrid. Ha realizado diseños en escenografía, vestuario e iluminación, tanto en España como en América Latina, abarcando teatro, ópera, danza y zarzuela. Su vestuario de Jardiel, un escritor de ida y vuelta, dirigida por Ernesto Caballero, fue finalista al Premio «Adrià Gual» de Figurinismo 2017 de la ADE. Ha sido Gerente de Escenografía, Decorados y Accesorios para Puy du Fou – España, siendo responsable del departamento artístico del parque temático, que se inauguró con el espectáculo El sueño de Toledo (2019). En Perú ha diseñado las escenografías de El padrePantaleón y las visitadorasEste hijo, etc.