A finales del 2020, el Departamento Académico de Artes Escénicas recibió el pedido de la Fundación Teletón para realizar talleres de artes escénicas para niñas y niños con diversidad funcional. Sus condiciones médicas los hacían más vulnerables al COVID-19, por lo cual se encontraban cumpliendo estrictamente el aislamiento social. Por ello, la fundación buscaba generar algún espacio que permita el esparcimiento y socialización de las niñas y niños, para mejorar su calidad de vida durante el encierro. Es así como se decidió realizar un taller piloto de artes escénicas virtual para las niñas y niños de la Clínica San Juan de Dios en el verano del 2021. La experiencia del piloto fue celebrada por las diferentes personas involucradas en la misma, niñas y niños, adultas y adultos; vimos esta prueba como una experiencia rica en oportunidades para el desarrollo feliz de sus participantes, y decidimos ampliar la oferta de talleres a una segunda edición que atendiera una segunda etapa para las niñas y niños que ya se habían involucrado e incluyera nuevas sesiones, divididas esta vez entre sesiones para niñas y niños de 7 a 12 años, sesiones para niñas y niños de 5 a 7 años, y sesiones para adolescentes. Esta experiencia terminó en julio del 2021 y espera continuar en el verano de 2022.
En la etapa de diseño del piloto, se trabajó con material acerca de la pedagogía teatral. Nuestra propia experiencia de trabajo con niñas y niños, y la información personalizada sobre el caso que presentaba cada niña y niño de la fundación (aquellos que fueron seleccionados para ser parte del taller), nos condujo a pensar en la búsqueda de material de soporte en temas de discapacidad e infancia, infancia y artes escénicas, y artes escénicas y discapacidad.
En primer lugar, se encontró una tesis doctoral realizada en España, cuya manera de designar la condición de esta población fue esclarecedora y es la que nos propusimos a usar en la presente experiencia. En lugar de emplear la denominación comúnmente utilizada, “personas con discapacidad”, se emplea “personas con diversidad funcional”.
Prescindiremos del concepto discapacidad por sus connotaciones negativas y su referencia a las limitaciones. Preferimos hacer hincapié como educadores en las capacidades de todas las personas, en lo que son capaces de hacer, en las características múltiples de cada individuo y en la normalización de su funcionalidad gracias a los recursos de su entorno. (Alonso, 2017, p. 31)
Alonso (2017) pone en valor los espacios donde se desarrolla arte con personas con diversidad funcional pues se trata de “la creación de un espacio para la visibilidad y la normalidad. La apuesta por normalizar lo que tradicionalmente ha estado marcado por la diferencia” (p. 252). Consideramos que esto es clave, pues alrededor de la diversidad funcional existe un halo de paternalismo que resta agencia a las personas que viven con esta condición. Visibilizar y normalizar su condición podría permitir su empoderamiento, así como aportar a la construcción de una comunidad inclusiva, que no señale la diferencia sino que la integre como parte de su esencia.
En esa línea, el trabajo de Pérez Delgado (2014) sobre arte y discapacidad en México, parte de la premisa que el arte es un derecho humano. Por ello, todas las personas han de tener la oportunidad de ser protagonistas en el arte teatral, todas y todos tienen algo que decir y deberían acceder a la preparación necesaria, las adecuaciones y los espacios para poder hacerlo. De acuerdo con Pérez Delgado, la discapacidad (para nosotros diversidad funcional) no impide expresarse con alta calidad artística, no obstante, sí requiere de espacios con las condiciones necesarias para que la práctica artística sea viable.
Si bien se suele utilizar el teatro para las personas con diversidad funcional en un marco “terapéutico”, “rehabilitador” y otros derivados del enfoque médico, resulta necesario crear espacios en donde la práctica artística se pueda dar con el fin último de esta (Pérez Delgado, 2014). El fin último, como veremos más adelante cuando hablemos de educación artística e infancia, implica desarrollar capacidades para la comprensión y expresión de uno mismo, de nuestras ideas y posibilidades, así como construir una relación con los demás y con el entorno en el cual nos desarrollamos bajo nuestros propios términos.
Para permitir la creación de espacios de práctica artística para personas con diversidad funcional, es necesario comprender las implicancias de la misma y que se visibilicen aquellas experiencias que desde la discapacidad interrogan a la “normalidad” en el arte (Pérez Delgado, 2014). Es decir, es necesario que pongamos en tela de juicio la forma establecida o “normal” de realizar la práctica artística, en nuestro caso la práctica escénica.
Desde los estudios de la teatralidad es necesario dirigir la mirada a las discapacidades, porque a la vez es mirarnos a nosotros mismos. Partiendo de la filosofía del teatro, del derecho de toda persona a ser artista; un teatro [es] como acontecimiento ontológico: “el poner un mundo/mundos a vivir (mundo de la discapacidad), contemplar esos mundos, co-crear” (Dubatti, 2011, p. 29-31) esos mundos que en apariencia son inexistentes. El teatro en tanto producto cultural establece una relación dialógica con la sociedad retroactuando y transformándose, aporta al cambio cultural y al devenir histórico. (Pérez Delgado, 2014, p. 237)
De acuerdo con esta cita, es necesario que se generen espacios que permitan la creación del imaginario, ya que las artes, como el teatro y otras producciones culturales, reflejan y transforman la realidad social, en este caso, la realidad de la diversidad funcional.
En el contexto de la pandemia mundial, se ha hecho evidente la situación de privilegio que beneficia solo a ciertos grupos en detrimento de otros, lo cual genera una creciente desigualdad respecto al ejercicio de derechos de algunas poblaciones. Una de las poblaciones que se encuentra en esta posición de desamparo, es el grupo de personas con diversidad funcional. En Perú, el 10.4% de la población nacional vive con alguna discapacidad, es decir, 1 de cada 10 peruanas o peruanos (Díaz, 2019). Entre los derechos que no están garantizados para esta población, está el derecho básico a la cultura.
No es información nueva que, en el Perú, las personas con discapacidad viven una fortísima exclusión social y no cuentan con las condiciones e infraestructura mínima que garantice sus derechos, menos aún, su bienestar, lo cual perpetúa, en muchos casos, una condición de pobreza. Personas inteligentes, creativas, sensibles y capaces son excluidas del sistema educativo por falta de oferta especializada, entonces se merma su desarrollo en una etapa crucial, se abandona el esfuerzo de levantarlos en la etapa de socialización, y luego se carece de iniciativas sofisticadas para crear oportunidades laborales dignas y para descubrir su vocación. Una reducida población sin embargo, accede en las ciudades a tratamiento terapéutico gracias a la existencia de programas con especialistas de la Clínica San Juan de Dios y el apoyo de los recursos de la Fundación Teletón, y es con esta población que tuvimos la suerte de trabajar para generar experiencias que nos informen acerca de las verdaderas capacidades de este décimo de nuestra población.
Ya la sensibilidad está despierta para entender que estas niñas y niños no solo tienen derecho a terapias, sino además a condiciones que les permita una vida digna con la garantía plena de sus derechos. El problema que permanece es cómo lograr esto. Se conoce poco acerca de los medios más efectivos para insertar a un individuo con cualquiera de estas características en el mercado laboral, prueba de ello es que a pesar de que el 80% de la población con discapacidad a nivel mundial se encuentra en edad laboral, la mayor parte se encuentra en una situación de pobreza. En el Perú, esta situación no es distinta. La falta de información acerca de lo que mejor atiende las necesidades de esta población es el candado que nos condena a permanecer encadenados por siempre. Sin la información ni investigación adecuada, resulta complejo movilizar recursos a favor de esta población.
¿Cuánto cambiaría, por ejemplo, la inversión pública en infraestructura a favor de las personas con discapacidad si el Ministerio de Economía tuviera cifras duras que pongan en evidencia el porcentaje del PBI perdido gracias al estancamiento de un décimo de su población?
Pero lo que nos concierne a nosotros, desde el arte, es el individuo en tanto es humano y no agente de producción. Lo que nos concierne es todo aquello que lo hace sentirse uno mismo, lo empodera, lo activa, lo fortalece. Junto con la conciencia de un mundo con menos privilegios y mayor inclusión, ha llegado el momento de priorizar la necesidad de investigar experiencias en donde las y los niños puedan construir un sentido de ciudadanía desde el principio de su proceso de socialización. Experiencias que le permitan generar confianza en sí mismos y su entorno al entregarle evidencia de que ella o él también puede despertar un sentido de pertenencia, conocer su propia e infatigable voluntad para avanzar, acceder a la información necesaria para disfrutar de recursos e infraestructura, expresar su voz, compartir las perspectivas de su experiencia, y claro está, ejercer su vocación.
En las investigaciones que revisamos se demuestra que la visión holística que tiene la educación artística del individuo, en tanto ser biológico, social, y cultural, provee a quienes participan de ella con herramientas y experiencias que remueven obstáculos en el camino del individuo hacia el descubrimiento de su propia identidad, vocación y sentido de satisfacción. Un taller de artes escénicas diseñado, con el propósito de generar vínculos positivos que permitan la resiliencia y el buen desarrollo de una persona con discapacidad, es un espacio que alimenta el camino de este individuo a construirse una vida digna.
Como lo dicen Gathoo, Sathe, y Mohod en su investigación para la Universidad de Mumbai, acerca del caso de la organización Natyashala de artes escénicas dedicada a la inclusión social en la India, existen suficientes pruebas ya para demostrar que la discapacidad es solo “una cuestión de percepción. (…) Si puedes hacer tan solo una cosa muy bien, eres de necesidad para alguien” (p. 1). La discapacidad como concepto, entonces, pasa a dejar de ser algo que define a la condición humana “un término paraguas para crear impedimentos, limitar actividades y restringir participaciones”, y nos brinda la posibilidad de crear conciencia acerca de la necesidad que tenemos de cuidar a todos y cada individuo de nuestro entorno.
Desde las artes escénicas se puede definitivamente ofrecer una mirada que potencie esta imagen del individuo como aquel que ejerce su voluntad para abrirse un camino propio, y que para ello requiere, en sus primeros años, y durante la primera etapa de su socialización de procesos que ponen como prioridad el empoderamiento, la expresión genuina, la expresión crítica y la capacidad de ordenar estéticamente las ideas y experiencias del individuo en tanto ser humano.
Gathoo, Sathe y Mohod (2016) concluyeron que las artes performativas construyen autoestima y confianza, que son herramientas muy valiosas para afrontar los diversos retos de la vida, las cuales son necesitadas especialmente por las personas con diversidad funcional (p. 120). Sobre todo, si tomamos en cuenta que la estructura del mundo no está en función de ellas y ellos. Asimismo, mencionan que las artes alientan la socialización, la cual puede ser compleja para las personas con diversidad funcional. El desarrollo artístico brinda la posibilidad de compartir la voz, la visión del mundo y las capacidades de cada quien a través de diversos medios de expresión (p. 121). Las y los autores exponen que la metodología de las artes utiliza estrategias lúdicas que implican entretenimiento y placer en el aprendizaje, las cuales son experiencias positivas que fortalecen las competencias emocionales necesarias para el desarrollo de todo ser humano en el futuro.
Entonces, a través de las artes escénicas la o el infante puede conocer y exteriorizar su mundo interior, liberando tensiones y resolviendo conflictos personales, influyendo directamente en la superación de situaciones adversas que estén experimentando, produciendo un desahogo emocional que, de ser reprimido en ocasiones, puede convertirse en agresión (Silvera, 2017). “Estas resultan idóneas para que las niñas y niños fortalezcan desde estas estrategias artísticas sus capacidades para ser resilientes, al permitirles expresar emociones e impresiones” (Silvera, 2017, p.124).